miércoles, 23 de agosto de 2017

Gus se folla un culo, segunda parte





—Apuesto a que mi polla puede hacer por tu culo tanto como tu culo por mi polla... —Le aseguré. Su invitación me había puesto a mil.


Llegamos a su cuarto, y me empujó sobre la cama, con sábanas azules como las de la foto que me había enviado. Quedé en ella boca arriba, y él se puso encima, de espaldas, ofreciéndome su culo. Ahora que lo veía tan cerca me pareció de ensueño. Noté perfectamente como mi polla se endurecía todavía más viendo esa redondez suave, el canal entre las nalgas, el ano diminuto entre medias, las piernas rodeando las mías, sus huevos y su polla dura, debajo. Alargué una mano y le acaricié los testículos, agarrando luego su rabo y masturbándole despacio. Gemía bajito.
Después me asaltó el pánico: tenía su agujerillo ahí, cerradito, apretado. Y yo me miraba mi rabo y pensaba que ni de coña entraba por ese huequecito. Y no supe qué hacer, no quería hacerle daño, aunque sabía que el sexo anal puede costar un poco. Quería que fuera bien, para mí estaba siendo genial, y no quería cagarla por mi inexperiencia de novato.


—Eeeeh, oye... la verdad es que no sé muy bien qué hacer ahora —le confesé—. Es decir, sé que quiero follarte, disfrutar a pollazos de este pedazo de culo, pero no quiero que te duela...


—Eres un encanto para ir tan de chulito —me dijo divertido—. Mira, entiendo que te has comido algún coño alguna vez. Es parecido, tú imagina que es lo mismo, y cuando esté listo te avisaré para que "disfrutes a pollazos".


Así que me dispuse a hacerlo.







A las tías les encantaba cuando les hacía un spiderman, pero al acercar mis dedos anular y corazón juntos a su culo no vi por dónde meterlos. Nervioso, pensé que lo evidente era recurrir primero a la lengua. Aunque chupar un culo...


—¿Todo bien?


—Claro —aseguré—. Sin problema, todo sobre ruedas y marchando. En un periquete sentirás los pollazos. Y tal.


Suspiró. —Espera, que te ayudo. —Y ascendió hasta la altura de la cara, casi sentándose encima de mí. No podía ser más claro, sin casi moverme tenía su ojete al alcance de mi lengua, pero por si me quedaban dudas me atrapó la cara entre las nalgas, así que finalmente saqué la lengua y empecé a lamer.


Fui relajándome, lamiendo alrededor del ano, metiendo la punta. Golpeando suavemente con la lengua, ensalivando. A él parecía gustarle, así que fui ganando confianza. Al rato me indicó que me ensalivara un dedo y probara a meterlo. Lo hice sin dejar de lamer, bombeando con el dedo índice. Y luego probé a juntar el dedo corazón. Gimió y me dijo que fuera despacio, pero no se apartó.
Le comí el culo un poco más, y luego se incorporó y descendió de nuevo hacia mi cadera.




—Vaya, veo que sigues teniendo a esta lista para la acción —dijo mientras agarraba mi polla, todavía bien dura—. Perdona por haberla descuidado mientras me comías el culo, procuraré arreglarlo ahora.


Y con las mismas la puso vertical, la cubrió de saliva, se incorporó más y apuntó hacia su trasero. Comprendí que por fin iba a follarme a otro chico, y tanto me puso la idea que tuve que hacer un esfuerzo tremendo por no correrme ahí mismo, sin ni siquiera haber llegado a meterla.


Sentí sus nalgas suaves junto a mi glande, y el ano húmedo de mi saliva tragó despacio la punta de mi rabo. Abrí mucho los ojos, me mordí el labio, agarré las sábanas, sin perder detalle de la penetración.


Edu iba muy despacio, y yo veía descender lentamente ese culo prodigioso por mi polla. Sentía el calor de su interior, el roce de su carne. Mi rabo se puso más duro que nunca. Me flipaba cómo lo tenía de gordo y cómo de todas formas entraba en ese culillo tan rico. Bajó hasta el final, apoyó las nalgas en mis caderas, se echó un poco hacia atrás sobre mí y se apoyó con las manos en la cama.


—Joder Gus, tío —su voz sonaba entrecortada—, la tienes muy grande, la siento enorme en mi culo. Vamos a tener que ir despacio al principio, antes de que me des los pollazos esos...


—Tú mandas —dije en voz muy baja. Y luego añadí—: Por ahora.


Empezó a subir y bajar despacio, muy despacio. Veía cómo su ano se aferraba a mi polla. Cómo la piel de mi rabo se estiraba y encogía atrapada en su culo. Notaba la fuerza con la que sus nalgas apretaban mi miembro. Todo iba a cámara lenta. Nunca pensé que pudiera ser tan bueno follar tan despacio.


Un poco después, no sé cuánto tiempo, quizás minutos, quizás años, se incorporó más y mi rabo salió de su culo y cayó sobre mi abdomen. Se puso de pie en la cama y se dio la vuelta para mirarme:


—Espera un momento.




—¿Todo bien? ¿Te he hecho daño?


—Que va —sonrió—. Solo es un momento. Es que la tienes muy grande para usar solo saliva, machote.




Se bajó de la cama de un salto y abrió un cajón de la mesilla. Sacó un tubo de lo que imaginé era lubricante. Se echó en los dedos y se los llevó al culo. Mientras lo hacía, me miraba.


Luego se echó un poco más en la mano y con ella me pajeó, dejando mi polla brillante y resbaladiza.


Dejó el lubricante y se puso a cuatro patas en la cama, atravesado encima de mis piernas.




—Vale, cambiemos de postura. Métela despacio un par de veces y luego da rienda suelta a tu pasión y a los pollazos esos que me prometías.




Saqué mis piernas de debajo de él y me incorporé. Me puse detrás, pegado a su culo, de rodillas sobre la cama, entre sus piernas. Su trasero era todo mío. Y menudo trasero tenía el cabrón. Le di unos golpecitos en las nalgas con mi polla dura, para marcar territorio, dejando unas marcas brillantes de lubricante en su piel, y se la metí lentamente. Gimió y arqueó la espalda. Le agarré las caderas y empecé a bombear, sin mucha fuerza todavía.




—Va mejor, puedes darle caña.


No hizo falta que me lo repitiera. Afiancé mi presa en sus caderas y empecé a follármelo de verdad. Al principio muy pendiente de sus reacciones. Después, al comprobar que le gustaba, disfrutando a tope del polvo. La sacaba hasta el borde del glande y la metía de golpe hasta los cojones. Estiraba sus nalgas para verlo mejor y las apretaba para que me rozaran la polla. Me agachaba junto a él, le mordisqueaba el cuello y el hombro, le rodeaba el pecho con el brazo y volvía a incorporarme y quedar de rodillas. Le follaba sin parar, fuerte, rápido. Él gemía intensamente, y yo con él.


Le agarré de sus rizos rubios y le eché la cabeza hacia atrás, empujando con mi rabo sin parar, escuchando el ruido de mis caderas al golpear sus nalgas. Le solté el pelo y le abrí un cachete con una mano, mientras con la otra me agarraba la polla, la sacaba despacio completamente, veía su agujerillo dilatado y rosado y volvía a meterle el rabo de golpe hasta que mi vello púbico quedaba pegado a la raja entre sus cachetes. Repetí algunas veces más, y después volví a bombear con fuerza, pollazos rápidos e incansables. Joder, cómo me estaba gustando, qué sensación tan intensa, que apretada estaba mi polla en ese culito...


Volví a perder la noción del tiempo. Solo sé que era una follada verdaderamente increíble, una sensación fantástica, y que lo fue más cuando me di cuenta de que se estaba pajeando y de que echaba la cabeza atrás gimiendo más alto. Presentí más que vi su corrida. Un chorro empapó la sábana debajo nuestro. El resto no lo vi.


—Córrete ya, ahora, conmigo —me suplicó con la voz tomada por la pasión.




Fue demasiado para mí y me corrí entre pollazos y jadeos. Mi abdomen se contraía y casi no podía ni embestir. La sensación era enorme. La lefa atravesaba mi rabo y descargaba en su interior. La lubricación aumentó y comprendí que era por mi propio semen, que bañaba mi polla al follar su culo. Me retiré un poco de más y mi polla escapo de su ano con una sacudida fruto de lo tiesa que la tenía, y un chorro de lefa cayó sobre su nalga. Me agarré la polla y volví a meterla justo cuando salía más leche que empapó la punta y rebosó por encima de  mi miembro mientras lo metía en su culo. Seguí bombeando, terminando la corrida, loco de placer, con los restos del semen que se había escapado blanqueando mi polla y su agujero.






Terminé y sin sacar mi pene quedé rendido sobre él, que apenas podía sostenerse a cuatro patas. Jadeé sobre su espalda. Seguimos así un momento. Luego me incorporé para sacar el rabo. Al hacerlo un chorretón de lefa se escapó de su ano y se escurrió por sus testículos, cayendo en la sábana. Instintivamente acerqué un dedo y lo mojé en el reguero de leche caliente, curioso. Le miré y descubrí que me observaba por encima del hombro, sonriente.


—Nada mal para un novato —me alabó.— No señor, nada mal. ¿Una ducha?


Menudo polvo, sí señor. Decidí que conservaría a Edu en mi agenda. No se puede dejar escapar un culo así.


Continuará...

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