miércoles, 6 de diciembre de 2017

Edu y Gus repiten







Pocas veces repito polvo con alguien: en la variedad está el gusto. Pero cuando encuentro un rabazo bueno me replanteo mis opciones. O quizás es que estoy sentando la cabeza, yo qué sé. El caso es que cuando Gus me dijo que si nos veíamos para repetir polvazo, acepté.


No sé si fue un error, porque ahora le tengo ahí, en mi sofá, contándome no sé qué muermazo sobre un viejuno que se folló el otro día. Lo cierto es que el chaval está bien rico, con su pinta de malote, su ropa deportiva, su cuerpazo marcado y su rabo interminable. Pero la chapa que me está soltando me aburre. Por mí genial si le encantó con el gordo, pero que no me venga con que ese culo gordo pero plano (son sus palabras) era mejor que el mío bien firme y redondito. Si no lo fuera no habría vuelto: está claro que quiere comparar porque recuerda lo bien que le sentó follar mi agujerito cerrado. Pero me aburro, y cuando me aburro me da hambre. Y tenía bien claro lo que quería comerme. Llevaba un rato sin escucharle, así que ni siquiera sé lo que decía cuando le interrumpí con una frase del estilo de "sí, sí, está genial que expandas tus horizontes sexuales" y eché mano ávida de su paquete.


Y justo entonces:


—¡Cariño, soy yo! ¡Sácate lo que tengas en la boca! —Se oyó decir desde la puerta de entrada con voz chillona. Gus dio un respingo.


—¿Qué coño es eso? —dijo quitándome bruscamente la mano del paquete.


—Mi madre —dije masajeándome las sienes, anticipando lo que se avecinaba. En qué mala hora le di llaves de mi casa... Que si mira que si un día las pierdes, o se te olvidan, o algo, así no tienes que llamar al cerrajero. Un argumento convincente, y piqué como un pardillo.


Así que la buena señora apareció en mi salón. Se quedó plantada cuando vio a Gus sentado a mi lado. Le miró de arriba a abajo y frunció el ceño como solo saben hacerlo las madres.


—Buenas —dijo, un poco seca. Y luego se dirigió a mí con un susurro perfectamente audible—: cariño, si esto es un atraco y no puedes decirme nada, guiña un ojo dos veces y aviso a la policía.


—Mamá, no es un atraco. te presento a Gus, un amigo.


—Ah. Como con esas pintas parece un macarra...


—Mamá, ¿no puedes ser políticamente correcta?


—¿Qué? —Se quedó un momento desconcertada, antes de seguir— Ah, no, no. Yo en política no me meto. Tu bisabuelo Faustino se metió en política y le pegaron dos tiros en la guerra.




—Ya. Mamá, te he dicho muchas veces que llames antes de entrar tan campante en mi casa —dije sabiendo perfectamente que caía en saco roto. Gus nos miraba alternativamente a mi madre y a mí, parecía que estaba en un partido de tenis, alucinando un poco y claramente pasándoselo pipa.


—¿Y para qué? —Respondió con su mejor sonrisa y sacudiendo la mano para restarle importancia—. Si ya te lo he visto todo. La vez que más me impresioné fue aquella en que entré y me encontré un arnés colgado del techo, ¿sabe usted? —comentó jocosamente dirigiéndose a Gus, y luego siguió mirándome a mí—. Me recordó al columpio que tenía tu tía Engracia en el patio de la casa del pueblo. ¡Qué buenas siestas me tengo yo echadas ahí! Aunque aquel señor y tú no estabais echándoos la siesta... Supongo que esos chismes tienen muchos usos. Por cierto, que no se notan nada los agujeros del techo, quedó muy bien.


—Sí, ese señor era muy manitas —dije pensativo.


—Ya me imagino —respondió mi madre, sarcástica.


—Mamá, por favor, estoy abochornado.


—Sí, es que hace mucho calor. Abre un poco ahí —y con las mismas fue a sentarse en el sofá al lado de Gus.


—Mamá, no te sientes, que ya sé que tienes prisa —me levanté corriendo para agarrarla del brazo y levantarla, pero fue inútil.


—No, si no tengo. Bueno, el caso es que he venido a traerte esto —dijo sacando del bolso un tubo de lubricante vaginal. Me quedé algo confuso. La última vez que me miré no tenía vagina...


—¿Y eso? —Le pregunté a sabiendas de que probablemente no querría saber la respuesta.


Mi madre miró a Gus, algo cohibida, lo que no es normal en ella. Gus le dedicó su sonrisa más encantadora y su expresión más cercana a "niño bueno".


—Es que me ha salido una almorrana —se decidió mi madre por fin a hablar. En realidad aquello no me solucionaba mis dudas...


—¿Y?


—Que la médica me ha dicho que puede ser por los esfuerzos. Y entre otras cosas me preguntó si practicaba sexo anal. Ya ves lo que me pregunta a mí...


—... ¿Y?


—Pues que me he quedado pensando, que ya sabes lo que me preocupo por ti, y he ido a la farmacia.


—Mamá, no te sigo...


—Pues que le he dicho a la farmacéutica que si tenía algo para que tu padre... ya sabes... entrara mejor —dirigió una fugaz mirada a Gus, que tenía cara de estar interesadísimo en la conversación—. No iba a decirle que para sexo anal... Y me dio esto. Y aquí te lo traigo, que tienes que cuidarte.


Ahí fue cuando se oyó el descojone de Gus, que rápidamente se tapó la boca con la mano. Si las miradas matasen ahora tendría en mi sofá el cadáver de un chulazo muy dotado.


—Gracias mamá, eres un encanto. En fin, no quiero entretenerte, que papá te estará esperando.


—Está echando su partida en el bar.


—Ya, pero estás tan liada...


—Vamos, que quieres que me vaya. A la mujer que te dio la vida y tanto te quiere. ¡Qué disgusto! ¿Verdad? —dijo mirando a Gus.


—Sí, sí, sí. Una vergüenza... Con lo que se preocupa usted —le respondió el muy canalla.


—Ay, ya me cae mejor tu amigo. Bueno, me voy, no quiero ser un estorbo.


Así que la acompañé a la puerta mientras me daba indicaciones para prevenir las almorranas. Cuando volví al salón me encontré a Gus con el tubo del lubricante vaginal en la mano, olisqueando un poco que se había en un dedo.


—¿Quieres probar esto? Por no hacerle el feo a tu madre, que se ha molestado, la mujer —y tuvo el descaro de mirarme con inocencia.


Le hubiera largado de mi casa si no hubiera sido porque reparé en el bulto enorme que ya abombaba el chándal por su entrepierna. Bueno, París bien vale una misa, dicen, así que me propuse disfrutar a tope de ese chulazo.


—Qué señora tan divertida, me ha encantado tu madre —estaba diciendo cunado le tapé la boca con un beso.






Lo demás lo podéis imaginar: me tragué su polla hasta derramar lágrimas; me vengué de las coñas con el lubricante vaginal follándole la boca después como si yo fuera el activo (y reconozco que para su poca experiencia el chaval chupa bien); le hice comerme el ojete un buen rato; y le puse el culo (con lubricante vaginal incluido) como quise, sin dejarle dirigirlo: le sujeté los brazos, le agarré del cuello, me puse encima, me moví siempre yo, e hice que se corriera cuando yo quería manejando el ritmo de la follada. Cuatro corridas después, dos suyas y dos mías, él estaba tan contento, recuperada la fe en el sexo con gente no madura; y yo estaba pringoso de lefa y relajado, olvidado el cabreo y el estrés que me provoca mi madre...















Continuará...
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