miércoles, 7 de marzo de 2018

Compartiendo a Gus


Volví a ver de vez en cuando a mi madurito después de aquella primera vez, aunque no para maratones de sexo como entonces, simplemente para polvazos puntuales. Y siguió pagándome; yo ya no pensaba en ello, sabía que lo hubiera hecho igual sin dinero. No voy a mentirme a mí mismo: me gustan los tíos buenos, y de hecho este es el único maduro al que me follo. Es más que probable que no me lo hubiera ni planteado si él no me hubiera hecho la oferta económica que me hizo pensarlo. Es totalmente opuesto a como me gusta un hombre: calvo, gordo, mayor y muy peludo. Pero aunque ahora tengo un follamigo y la intención de formar un grupito, y me tiro chicas a puñaos, sigo viéndole. Me pone muy cachondo saber que un señor así, mayor, maduro, con su traje, todo un ejecutivo, se vuelve inseguro y casi tímido conmigo. Me gusta saber cuánto le excito, me hace sentir genial, y seguimos follando. El sexo también es estupendo: se esfuerza un montón. Está el tema de los pies, que a mí no me va, pero él es un poco fetichista. Tampoco demasiado, por ejemplo no le van las zapas, y puedo ir con los pies limpios, no le va el olor. Se limita a juguetear con ellos un rato y lamerlos. A mí ni fu ni fa, pero le concedo ese momento.


Hoy, sin embargo, me ha parecido que ocurría algo raro cuando he llegado a su casa. Me ha recibido en camisa, sin corbata, en vez de con el traje completo, como suele hacer. Y cuando me ha llevado al salón he visto en la mesa dos posavasos y un solo vaso.


Mi madurito (debería preguntarle el nombre alguna vez) estaba algo nervioso, y ha empezado a hablar a trompicones. Me ha dicho que en su habitación tiene a un amigo al que ha hablado de mí, y básicamente quiere que me enrolle con él.


A mí me ha sentado mal. Me ha parecido una traición y una encerrona.


—Sabes que vengo por ti. Seguro que conoces un montón de chaperos y profesionales del sexo a los que no les importaría aceptar este trato. Yo no lo hago por el dinero, y no estoy aquí para que me compartas con nadie.


—Es solo un socio de la empresa, y precisamente que no estés aquí por el dinero es lo que te hace especial, no sería igual con un chapero, por mucho que se implique.


—Así que básiamente, ¿soy un "regalo de empresa"?


—No te lo tomes así... Mira, si no lo quieres hacer, no pasa nada, por eso le he hecho pasar a mi habitación y te lo digo a solas. Si prefieres irte, puedes. Y si quieres verle y decidir luego,también. Apuesto a que no te desagrada tanto como yo, pero si le ves y no quieres hacerlo, te vas sin problema...


—Tú no me desagradas, o por lo menos no lo hacías. Alucino con que me hayas vendido, que quieras que lo haga con los dos.


—Yo solo voy a mirar, no creo que yo le ponga demasiado, así que no intervendré, si lo que te molesta es el trío, no tienes que...


—No es el trío —le interrumpí, si precisamente me encantaría probarlo, aunque con un par de tíos buenos—. El trío es lo de menos, me suda los cojones. El problema es que me hagas esto. Follo con quien me sale de la polla, y me da igual que les digas a tus amigotes lo bien que te lo hago pasar, pero no que me "regales" a ellos.


—Lo siento... no pensé que te lo tomaras así... Mira, déjalo, vete y ya le digo yo que no hay polvo.


—No te molestes. Ya que estoy aquí me ganaré el dinero que me das. Ya veo que solo me juzgas por ello. Supongo que estás acostumbrado a los chaperos, ¿quién iba a querer follarse a un gordo viejo como tú? —espeté pasando de largo hacia su habitación. Me arrepentí al instante, al ver su mirada dolida, pero estaba muy enfadado, me sentía muy traicionado.


Abrí la puerta del dormitorio de golpe. El socio estaba sentado en la cama, en camisa también, sosteniendo en la mano el vaso que faltaba en el salón. Era más joven que mi madurito, treinta y tantos o cuarenta y pocos, con barbita y buen aspecto. Lo cierto es que, aunque en ese momento me dio igual, era atractivo.


—Vaya, así que tú eres Gus. Me han hablado mucho y muy bien de ti —me dijo a modo de saludo al que no contesté. Era masculino, con voz varonil, sin nada de pluma. Seguramente era bisexual o hetero con curiosidad por los jóvenes. Y aquí estaba yo: su "regalo".


Me acerqué a él y le cogí el vaso de la mano. Me lo bebí de un trago mientras mi madurito entraba silencioso en la habitación. Sin mirarle podía notar que estaba nervioso. Apuré la bebida y solté el vaso en la mesilla. No suelo beber, pero me vino bien.


Me coloqué frente al socio de mi madurito y me bajé la parte delantera del pantalón de chándal, sacándome la polla, flácida todavía, y sobándola con la mano. Estaba justo delante de él, pero no lo bastante cerca como para que me la pudiera chupar cómodamente sentado en la cama. Estaba justo lo bastante lejos como para que tuviera que echarse al suelo de rodillas.


Él me miró de arriba a abajo, luego de abajo a arriba, y después otra vez hacia abajo hasta detenerse en mi entrepierna. Sonrió, sin incorporarse de la cama se deslizó hasta clavar las rodillas en el suelo, avanzó a rastras hasta mí y sustituyó la mano con la que me sobaba por la suya, en la que brillaba una gorda alianza dorada. Encima casado, qué fuerte...


Mi madurito se sentó en un sillón mirando. El socio se metió por fin mi rabo en la boca.  Empezó a chupar despacio, metiendo y sacando mi rabo, que poco a poco iba cogiendo consistencia, y alternando con lametones en la punta.


Me concentré en mirar a mi madurito. Incluso cuando veía que el socio levantaba la cara para mirarme mientras me la chupaba, yo miraba al maduro, sin quitarle ojo. Él no tenía muy buena cara, pero me daba igual, seguía mirándole mientras su socio me comía el rabo.


Cuando me la puso lo bastante dura le agarré de ambos lados de la cabeza, se la sujeté y empecé a embestirle la boca. Le metía con fuerza la polla hasta que mis cojones daban un golpe en su barbilla amortiguado por su barba, y su nariz se clavaba en mi vientre. Él gemía bajo y expulsaba aire con fuerza. Estaba algo colorado. Una de las veces se la clavé hasta el fondo, sintiendo su garganta cerrarse en torno a mi polla, y le mantuva la cabeza ahí, mientras él con las manos se aferraba a mis piernas. Cuando pasó un rato le empujé hacia atrás y mi rabo salió. Él respiró hondo ruidosamente, mientras mi miembro goteaba saliva sobre el suelo entre sus rodillas. Le empujé más, con mi mano en su pecho, que noté musculoso a través de la camisa, y quedó atrapado entre mis piernas y el borde de la cama. Echó la cabeza atrás, quedando apoyada en el colchón. Yo, todavía enfadado, agarré su camisa con ambas manos y la abrí con fuerza, descubriendo un torso velludo y musculado. Los botones saltaron despedidos en todas direcciones, y él sonrió. Seguramente luego le pediría a su mujer o a su criada que se los cosiera, pensé.


Aproveché que tenía la boca entreabierta en esa sonrisa que me disgustó para meterle la polla otra vez. Le follé la boca rápido. Esta vez no la metía hasta el fondo, estaba más concentrado en la velocidad. Me incliné hacia delante, y apoyé las manos en el borde de la cama, quedando encorvado sobre él. Quedaba poco espacio para su cabeza entre la cama y mi cadera, y todo lo ocupaba mi polla, perforando como un martillo neumático. Él hacía ruidos húmedos de chof, chof, chof, como una locomotora, mientras yo recibía un gran oral que no me estaba quitando el enfado pero que al menos me estaba haciendo disfrutar.




Por fin paré un momento, me retiré un par de pasos y le di un respiro. Él parecía agotado, respirando como si hubiera corrido una maratón, pero enseguida volvió a reírse.


—Joder colega, mi socio no exageraba, eres la puta hostia —me dijo.


Miré a mi madurito con desprecio, otra vez enfadado, y de un tirón me saqué la camiseta y la tiré por ahí. El socio se regocijó viendo mi torso, los pectorales abombados y los abdominales bien marcados. Bajó siguiendo la línea de vello muy corto que tengo desde mi ombligo hasta mi pene, y se detuvo en él, que se erguía húmedo de saliva e imponente en su longitud y dureza, sobre mi pantalón, cuya goma empujaban hacia delante mis pelotas.




Me quité también el pantalón y las zapas, y todo lo solté por ahí.
El socio se puso de pie, y por su camisa entreabierta pude ver un torso musculado y firme, muy peludo, pero tremendamente excitante.


Se quitó la camisa y pude disfrutar de unos buenos hombros y unos brazos estupendos. Mitigó algo mi enfado, aunque no se trataba de lo bueno que estuviera el socio de mi madurito, sino de que me hubiera compartido con él.




Luego se quitó despacio el cinturón. Me senté en la cama, mientras él se quitaba los pantalones, los zapatos y los calcetines de ejecutivo. Por curiosidad eché mientras un vistazo a mi madurito. Estaba sobándose su pollita, sin desvestirse.


Volví a mirar al frente, hacia el socio, justo cuando su rabo llegaba a mi cara, como un misil. Abrí la boca por reflejo y entró sin casi darme tiempo a mirarlo. Estaba muy duro, eso lo notaba perfectamente en la lengua. Y parecía que el socio tenía intención de devolverme el favor con una buena follada de boca. Solo que su polla no era tan grande como la mía. Al final acabé de ponerme cachondo, viendo su vientre contraerse al meterme el rabo en la boca. Tenía vello en el torso y las piernas, abundante pero no salvaje como mi madurito. Estaba buernorro para su edad, con músculos grandes y firmes. Y mis manos en su trasero palpaban un culo muy prometedor. Cuando tanteando me acerqué al ojete y empecé a estimularlo, el ritmo con el que me follaba la boca vaciló. No sé lo él que esperaba, pero aquí el activo soy yo. Si quiere meter rabo que vaya a ver a su mujer, y si no que no sea un cabrón que pone cuernos.


Así que eché la cabeza atrás para sacar su polla de mi boca. Le miré a la cara, y vi que tenía una expresión de placer tremenda: le estaba gustando hacerlo conmigo. Pues todavía no había visto nada.


Me limpié el exceso de saliva de la cara y la barbilla con el dorso de la mano, y me fijé en su rabo: gordete, aunque no mucho; buen largo, por encima de la media, pero no flipante. Le ganaba por goleada con mi pollón.


Me eché hacia atrás en la cama, me recosté quedando boca arriba, me cogí la polla y la puse vertical, mientras con la cabeza le hice una invitación. En ese momento me di cuenta de que todavía no le había dicho ni una palabra.




Él vaciló un microsegundo, y luego levantó una pierna para ponerse de pie en la cama. Avanzó con las piernas separadas por encima de mi cuerpo, hasta quedar sobre mi cadera. La visión de su musculatura desde abajo resultó fascinante, y ver su rabo desde ese ángulo reconozco que acabó de ponerme bien cachondo.


Él flexionó las rodillas para sentarse en mi polla. Los músculos de sus muslos se marcaron. En musculatura desde luego me ganaba. Bajó hasta que mi polla rozó sus nalgas. Entonces se escupió en la mano y se lubricó el culo. Agarró mi polla y la dirigió hacia su ojete. Cuando entró me mordí el labio y cerré los ojos, disfrutando de la deliciosa sensación de esa penetración lenta, de cómo mi rabo irrumpía en su culo peludo y cálido, que lo apretaba con fuerza.


Volví a abrir los ojos cuando él empezó a gruñir bajito. Vi que todavía quedaba media polla fuera, pero no siguió bajando, sino que volvió a subir despacio. Comenzó a subir y bajar, un poquito más rápido cada vez, pero sin llegar a meterse todo el rabo.
 
Siempre he pensado que si tienes una buena polla tu obligación es usarla bien; así como le estaba follando era como si le follara un tío con una polla normal, se estaba dejando la mitad fuera...


De momento preferí dejarlo pasar. Volvió mi enfado, y decidí que a tomar por culo, me daba igual. Yo disfrutaría de ese culo, y él que hiciera como quisiera, si no quería disfrutar toda mi polla.




La follada aumentó su ritmo. Él se echó hacia atrás, apoyando las manos en la cama tras él. Sus piernas quedaban en mis costados, su rostro alejado de mí. Gemía y lo pasaba bien.


De repente, sentí más que vi algo color carne a mi lado. Resultó ser el micropene de mi madurito, que sin darme cuenta se había colocado a mi lado. Entre gemidos roncos empezó a correrse antes de que pudiera reaccionar, y me soltó su carga de lefa en el pecho. Si su polla es diminuta, su corrida no lo es para nada. Sus huevos siempre están bien cargados, y chorros calientes de lefa empezaron a cruzar mis pectorales. El líquido se escurría en todas direcciones al moverse el socio de arriba a abajo, y mover con ello el colchón. Un charquito se formó en el hueco donde se juntan mis clavículas, a la vez que ríos de lefa recorrían los surcos entre mis abdominales y formaban una laguna en mi ombligo.




Mi madurito se la sacudió y las últimas gotas salieron disparadas, salpicando al socio en las piernas y a mí en la cara. Luego, se incorporó, se guardó el rabo y salió de la habitación.


No me jodas, me había metido en eso y ahora se largaba así... Mi cabreo volvió a alcanzar cotas altísimas. Justo entonces el socio se incorporó y se sacó mi rabo del culo, quedando en la cama a mi lado.


—Bueno, ahora que se ha ido este pesado si quieres podemos hablar de lo que hace falta que te pague para que me pongas el culo. No se lo voy a contar a nadie... —Dijo llevando una mano entre mis piernas y palpando en dirección a mi ojete.


La autosuficiencia del pavo acabó de hacerme echar humo. Me cabreó que pensara que podía comprar mi culo. Y también un poco que se metiera con mi madurito, a pesar de todo.


Me incorporé rápidamente y le empujé contra la cama. Quedó boca abajo. Le sujeté la cabeza con una mano, aplastándola contra el colchón, mientras con la otra me agarraba el rabo y apuntaba a su culo para terminar la follada. Se la clavé hasta el fondo, no solo la mitad como él estaba haciendo. La metí hasta que mis pelotas se pegaron a él, y luego seguí empujando, hundiéndole en el colchón.


Él gimió y su rostro se volvió colorado. Como le había sorprendido no había opuesto resistencia, sospecho que siendo más pesado que yo no me hubiera sido sencillo de otro modo. Pero ahora tampoco se resistía. Su boca se curvaba en una sonrisa mientras gemía, y sus ojos destellaban de placer. Pues si le gusta que le den bien por culo este cabrón se ha llevado el premio gordo conmigo...


Sin soltar mi presa sobre su cabeza dejé de hundirle en el colchón y empecé a bombear. La sacaba despacito y la clavaba de golpe, dejándome caer sobre su culo con todo mi peso. El colchón botaba con mi empuje.


Por fin le solté la cabeza, que él irguió un poco, y apoyé mi brazo en su espalda, cargando mi peso sobre él para tenerle inmovilizado y follarle a tope. Aumenté el ritmo, parecía una ametralladora taladrando ese culo duro y musculado. Era todo un culazo, y se tragaba mi polla con algo de esfuerzo, dándome una sensación de estrechez y apretura que me encantaba.




Yo empujaba fuerte, sudando sobre él. Luego reparé en que los restos del esperma de mi madurito caían junto con mi sudor sobre la espalda del socio. Me dejé caer sobre él, cada vez más cansado pero más cerca del orgasmo. Le pasé un brazo bajo el pecho y apreté, para pegarnos lo más posible, y la otra mano la llevé a su cara, tapándole la boca, sintiendo su respiración voluptuosa.


Moví la cadera rápido, lo más rápido que pude, con mi polla muy dentro aunque sin poder sacarla mucho cada vez, por la postura.
Noté la corrida mucho antes de descargar, recorriendo mi vientre y provocándome espasmos. Gemí y creo que hasta grité, cuando los chorros calientes empezaron a facilitar la follada lubricando su culo. Fue una corrida interminable, con semen saliendo sin parar y preñando ese ojal maduro y poco usado de hetero curioso.


Finalmente acabé dando unos empujones fuertes y aislados, cada uno acompañado de un gruñido, antes de acabar exhausto sobre él.
Al cabo me incorporé. Su espalda brillante de sudor conservaba restos de lefa, como espuma blanca frotada por ella. Mi pecho también. Saqué la polla, ya morcillona, y la lefa escurrió de su ojete hacia sus cojones, y por mi rabo, bajando hasta gotear en la cama.
Retrocedí hasta quedar de pie en el suelo. Y sin más busqué mi ropa. Él se dio la vuelta, semiincorporado, y vi que realmente estaba bueno, con un gran cuerpo musculado, el abdomen contraído por la postura, velludo y sexy. El rabo lo tenía a tope, realmente duro. Se lo cogió y se pajeó sin dejar de mirarme mientras me vestía. Cogí su camisa del suelo y me limpié la lefa del torso y del rabo. Después volví a tirarla por ahí. Me puse el bóxer y me coloqué el paquete.


Luego me puse mi camiseta. Me agaché con el culo en pompa para ponerme los pantalones y oí sus gemidos: había empezado a correrse con las vistas de mi trasero, que lo disfrutara. Era lo más cerca que iba a estar de tener sexo con él.


Me calcé y fui a salir de la habitación, apenas echando un vistazo a su torso peludo empapado con su corrida. El semen quedaba atrapado entre el vello, destacando en blanco. Si las circunstancias hubieran sido otras me hubiera excitado esa visión y seguramente hubiera provocado otro polvo. Incluso me relamí sin querer antes de poder controlarme.


—Espera un segundo —se levantó de un salto y cogió su pantalón. De la cartera sacó una tarjeta—. Por si quieres que nos volvamos a ver. Puedo ser tan generoso como mi socio...


No la iba a coger, pero finalmente alargué la mano y me guardé su tarjeta. Me pareció insufrible su sonrisa de superioridad cuando lo hice.


Salí dando un portazo.


—¿Te vas? ¿No quieres ducharte? —Mi madurito esperaba en el salón.


—Na, ya me ducho en mi casa.


—Lo siento, de veras. No esperaba que te molestara.


—Ya —dije yendo hacia la puerta.


—¿Volveremos a vernos?


Era la pregunta que estaba esperando:


—No lo sé —dije mientras sacaba algo del bolsillo y se lo enseñaba—. Mira, tu socio me ha dado su tarjeta para volver a quedar. Así que ya veré.


No tenía la menor intención de volver a follar con aquel gilipollas del socio, pero ser cruel con mi madurito era algo que necesitaba en ese momento por lo dolido que me sentía.


Él se quedó mudo y quieto. Yo seguí mi camino. Llegué a la puerta. Al lado, en un mueblecito, como siempre, estaba mi dinero. Dudé un segundo. Luego lo cogí y me fui.


Continuará...
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

No hay comentarios:

Publicar un comentario