miércoles, 26 de julio de 2017

Protagonistas de los relatos: Gus








Gus es un chaval de barrio, buena gente. Pronto descubrió que no tenía disciplina para los estudios, así que comenzó a trabajar en lo que iba saliendo. Sin embargo no es para nada un chico ignorante o sin cultura, simplemente algo perezoso para las actividades intelectuales, prefiriendo las físicas.

Y físicamente no puede quejarse: Moreno, pelo corto, casi rapado, y guapo. Rostro alargado, ojos oscuros y labios muy besables.

A sus 20 años ha desarrollado ya un cuerpazo bien marcado y definido, con buenos pectorales y abdominales. No tiene más vello en el torso que el que le escala desde el rabo hasta el ombligo, y que él se recorta hasta que parece una fila de hormigas recorriendo su piel caliente.


Buenos brazos, buenas piernas y un culo que es territorio inexplorado completan su físico tremendo, que le permite fácilmente ligar con quienquiera. Y aquel o aquella con quien ligue se lleva la sorpresa de su vida al bajarle los pantalones y descubrir su polla, un miembro realmente apetecible de 22 cm de carne dura, un poquito curvado hacia la izquierda, circuncidado y con unos huevos gordos siempre llenos de una enorme cantidad de lefa que sale disparada en chorros potentes y enormes que empapan todo alrededor.





 



miércoles, 19 de julio de 2017

Alex solito en su dormitorio






Después de lo pasado en el bus fui derecho a casa. Entré en mi habitación, lancé la mochila a una esquina y cerré la puerta.

Estaba muy, muy cachondo. El tío que llevaba observando tanto tiempo sin atreverme a decirle nada quería que me zampara su rabo... Era alucinante, no me lo creía. Solo con volver a pensar en cuando me puso la mano sobre su paquete me empalmé sin remedio. Necesitaba hacerme una buena paja, pero ya.

Me miré en el espejo de mi armario. Creo que no estoy mal, con mi cara de niño bueno y mi pelo despeinado. Y me esfuerzo un poco por tener buen cuerpo, marcando abdominales.

Me saqué la sudadera, la doblé con cuidado y la dejé sobre una silla. Luego pensé lo que estaba haciendo y decidí que debía echar pasión al asunto. Cogí la sudadera de nuevo, la desdoblé, la di un par de vueltas sobre mi cabeza sin dejar de mirar mi reflejo en el espejo y la lancé. No sé dónde caería, ya la buscaría después.

Pasé a los pantalones. Me los desabroché lentamente. Primero el botón de los vaqueros. Luego la cremallera. Descendía despacio, con un ruido suave, sobre mi paquete caliente. Luego decidí que mejor me los quitaba rápido, medio bailando. Y cuando estaba a la pata coja tratando de sacarme una patera (mierda de moda juvenil y vaqueros estrechos) perdí el equilibrio y caí sonoramente al suelo.

—¿Cariño, estás bien? —Mi madre, a través de la puerta.

—Sí, sí, sí; todo bien, genial, de maravilla.

—Vale cielo. ¿Vas a salir a comer pronto? Ya sabes que luego viene tu tía abuela Gertrudis a visitarnos y tiene muchas ganas de verte.

—¡Qué bien! Lo estoy deseando mamá. Es mi tía abuela favorita, con esa manía de que coma más de todo, que estoy muy delgado, y la nube con olor a naftalina que la envuelve...

—Pues agárrate, que dice que nos va a presentar un novio que conoció en Benidorm.

—Joder, mamá, a sus años... ¿Quién es, Matusalén?

—¡Cariño, esos modales!

Los pasos de mi madre se alejaron de mi puerta. Esperé todavía un poco más antes de acabar de quitarme los pantalones, sentado en el suelo, y arrojarlos a un rincón, ya sin baile ni porras.

Me levanté y volví a mirarme en el espejo. La excitación seguía anidando en mi rabo, que abultaba el slip como si fuera a desgarrarlo. Parecía una peli de Ridley Scott.

miércoles, 12 de julio de 2017

Alex y Hugo, mamada en el bus 1



Me llamo Álex. Todos los días, ya sea para volver de la Universidad o de mi trabajo de becario, según el día, cojo el mismo autobús. Llega un momento en que reconoces al resto de gente que lo coge también. Se convierten casi en viejos amigos, aunque jamás intercambies una palabra con ellos. Un día te sorprendes pensando "andá, la señora del bigote no ha venido hoy", o algo como "el señor de los pelos en las orejas hoy se ha sentado en otro sitio". No los conoces, pero los ves a diario e inevitablemente se genera una sensación de grupo.


Desde el principio me fijé especialmente en uno de los pasajeros del bus. Un chaval de mi edad, rubio, pelo de punta, ojos verdes, cuerpazo, muy guapo. Se sube al bus dos paradas después de la mía. Le suelo mirar cuando avanza por el pasillo, con aire distraído, como si no me interesara y solo reconociera en él a uno de los pasajeros habituales. Luego se sienta en mi misma fila de asientos, al otro lado del pasillo. Y yo finjo que miro por la ventanilla cuando en realidad intento atisbar su reflejo en el cristal. Me gusta, me parece muy sexy.


Tampoco es que nunca haya pensado en decirle nada. No parece que me devuelva las miradas. Yo no soy feo (pelo castaño, despeinado, labios carnosos, ojos azules, no puedo decir que tenga mal cuerpo...), pero soy bastante patoso, y eso me hace tímido.
Cada día, el autobús hace su recorrido interurbano: atraviesa dos ciudades antes de llegar al pueblo en que vivo. Los pasajeros se van bajando a lo largo del camino. Desde la segunda ciudad hasta mi pueblo hay un trecho de carretera sin paradas, y solemos quedar solamente este chico y yo. Sería el momento perfecto para entrarle, pero nunca me he atrevido. ¿Y si se enfada y me la lía en el bus que tengo que coger cada día?


Así que callo, miro su reflejo en la ventana, le veo alejarse en dirección contraria cuando nos bajamos y me desfogo en casa con el mal simulacro de una paja que sustituye apenas lo que me encantaría que pasara realmente.


Hasta hoy.

miércoles, 5 de julio de 2017

El primer rabo de Gus, segunda parte




 
Como os decía antes, ya en el descansillo de su casa yo estaba realmente cachondo y con el rabo duro. Al menos todo lo duro que podía ponerse apretado en mis vaqueros. La bragueta iba a estallarme de un momento a otro.


El chaval abrió la puerta y me cedió el paso. Entré en un pasillo corto y me di la vuelta, a tiempo de pillarle:

—¿Me estabas mirando el culo?

—Pues claro. —Sonrió—. ¿O es que tú no lo habrías hecho?
No me dio tiempo de pensar la respuesta, mientras cerraba la puerta me dio la espalda, e inevitablemente mis ojos se fueron a su trasero. Opté por no decir nada.

Me miró sin perder la sonrisa y me indicó que siguiera avanzando. Entré al salón, espacioso y luminoso. Me cogió desprevenido por detrás, tomando la iniciativa y sin perder un momento. Su brazo izquierdo me rodeó el pecho. El derecho quedó en mi abdomen, bajando lentamente hacia mi paquete, como dándome la oportunidad de evitarlo si eso era lo que quería. Su cadera estaba pegada a mis nalgas. Y su aliento me calentaba el cuello.

—¿Quieres tomar algo? —Me preguntó, con la voz algo ronca. No respondí, estaba ocupado con la sensación de sus labios en mi cuello. Estaba afeitado, pero notaba lo rugoso del vello de su piel, diferente a la suavidad de los besos de una chica.
Su mano descendió por fin hasta mi paquete, con un sprint en el último momento, y ahí quedó, apretando el bulto palpitante de mi rabo cada vez más grande.
Eso me hizo apartar mi pensamiento de su tacto en mi cuello para dirigirlo hacia su rabo. Notaba contra mi culo un bulto probablemente igual de excitado que el mío. No pude evitar ponerme nervioso y apartarme un poco.

Me giré hacia él y le vi algo desconcertado, aunque al poco me sonrío divertido.

—¿Nervioso?

—Un poco —confesé.

—Podemos hacerlo como quieras —me dijo, y se mordió el labio inferior antes de proseguir—. Mira, te entiendo muy bien, no hace mucho que yo estuve en esa situación. Podemos hablar, volver a la calle y tomar algo, jugar un rato a la Play... O probar a besarnos y ver cómo te sientes...

Se quedó muy quieto, como si yo fuera un ciervo que fuera a huir ante cualquier movimiento. Me dejaba decidir. No sé, a lo mejor me asustó un poco no controlar la situación. A lo mejor era más fácil si tomaba yo la iniciativa. Así que decidí tomar el toro por los cuernos, que para eso estaba allí. Volví a pegarme a él y opté por su última sugerencia, un beso. Le agarré por la cintura, como hubiera hecho con una chica. Y le besé, un poco de sopetón.
Nuestros labios se acariciaron, y volví a sentir la extrañeza de su piel raspándome muy levemente.

Fue un beso lento, que poco a poco se hizo más apasionado, cuando me decidí e introduje la lengua en su boca. Le acaricié su lengua, sus dientes, el interior de sus labios. Me sentía más cómodo llevando el control. Mis manos fueron moviéndose, pasando de su cintura a su trasero. Nuestros paquetes se rozaban y mi polla presionaba la suya a través de los vaqueros.

Creo que deliberadamente me cedió la iniciativa para que me sintiera más como en una relación heterosexual, aunque poco a poco fue avanzando de nuevo, tocándome, besándome, llegando a un quid pro quo equilibrado entre ambos.

En algún momento, no sabría decir cuánto tiempo había pasado, se apartó un poco y se quitó la camiseta. Tragué saliva. Estaba realmente demoledor. Me gusta mi cuerpo, pero reconozco que el chaval estaba muy, muy rico. Y no se detuvo ahí; sin dejar de mirarme se bajó los pantalones y se los quitó quedando en calzoncillos y con todo el rabo bien marcado. Me relamí involuntariamente mientras él se la agarraba por encima de la ropa interior.




Su polla creaba un bulto en sus calzoncillos que permitía adivinar lo que escondían, y por la parte superior se escapaba su vello púbico, recortado pero bastante más largo de lo que lo llevaba yo.