miércoles, 4 de abril de 2018

Visita de la madre de Edu


—¡Cariño, soy yo, sácate lo que tengas en la boca!

Joder, mi madre. Maldita la hora en que le di las llaves de mi casa. No para de visitarme y entrar sin llamar. Mike, sorprendido, para repentinamente de besarme. Acabábamos de empezar a enrollarnos en mi sofá.

—¿Qué es eso? ¿Quién viene? —Pregunta, confuso.

—Mi madre, tú no te preocupes, que se va enseguida y nosotros a lo nuestro —respondí tratando de salvar los rescoldos de la pasión para avivarlos más tarde. No estaba dispuesto a quedarme sin disfrutar de ese pollón que casi me parte en dos cada vez que me folla.

—Pero... ¿quieres que me esconda o algo?

—Qué va, ¡pues no me habrá pillado veces chupando rabos! Como siempre entra sin llamar... y mira que se lo digo.

En ese momento entró en el salón. Se quedó un momento parada, como si se hubiera colgado, mirando a Mike. Luego enseguida se reseteó y avanzó hacia nosotros.

—Ay, niño, no quería interrumpir, no sabía que tenías visita.

—Claro mamá, si llamaras...

—Huy, ¿y qué falta que hace? Si siempre te pillo igual. Ya te lo he visto todo, y visto uno vistos todos, no me voy a espantar de nada.

Me levanté y fui a darle un beso, momento que aprovechó para decirme en un susurro perfectamente audible:

—Qué señor más negro ¿no? No quiero ni pensar en cómo tendrá las ingles...

—Mamá por favor, no me avergüences, eh.

—Cariño, cómo puedes decir eso, con lo que yo te quiero. ¿Así tratas a la persona que te dio la vida? Pues nada, si molesto me voy, que lo que no quiero es molestar.

—Anda mamá, déjalo, ven que te presento.

Y le presenté a Mike. El pobre, a pesar de ser un hombretón más grande que tres veces mi madre, esbozó cohibido una de esas sonrisas suyas que destacan en blanco sobre su piel. Me encantan.

Charlamos un momento de cosas triviales, mientras yo me preguntaba para qué habría venido mi madre y si se iría pronto.

—Cielito —me dijo—, te he traído unos tuppers  con comida casera, que estás muy delgado. ¿Verdá usté que está muy delgado?

—Anda mamá, deja a Mike, ven que te acompaño a la cocina a dejarlos.

—Bueno vamos, pero ya podías parecerte un poco a él, que mira qué fuerte está. Seguro que come buenos tuppers de su madre.

Yo sí que estaba deseando comerme algo bueno. Acompañé a mi madre a la cocina y sacamos los tuppers de la bolsa en que los traía.

—Ay cariñito, parece majo el negrito este.

—No le llames negrito mamá, se llama Mike.

—Es que esos nombres de la sabana son muy difíciles para mí. Y  no sé qué tiene de malo negrito...

—No es de la sabana mamá, y negrito, encima en diminutivo, connota condescendencia.

—Con descendencia es con lo que yo quiero que me vengas, pero lo de la nota... ¿Con qué nota? Nota de nada, yo no le pongo nota ni juzgo a nadie sin conocer. No me digas esas cosas. Yo lo digo sin maldad, con cariño: negrito, morito, chinito, panchito...

—¡Mamá, por favor, panchito es peor!

—Mira hijo, no quiero discutir, eh. ¡Que estoy muy sensible!

Lo di por imposible, no se puede razonar con mi madre. Es como un camión de demolición, lo mejor es apartarse y dejarla a su aire. Calló unos veinte segundos. Un record para ella.

—Cielo... —Me sorprendió especialmente que dudara, nunca la había visto vacilar. Me temí lo peor— Y... ¿es verdad lo que dicen de los negri... de la gente como Mike?

Creo que me puse colorado, y eso que no lo hago fácilmente, tengo mucho morro.

—¿El qué? ¿Lo del tamaño de su miembro? —Pregunté con toda la inocencia de que fui capaz.

Mi madre se quedó un poco cortada.

—No... ¿Qué pasa con su miembro? —preguntó de repente llena de curiosidad. Yo ya me estaba liando, ¿entonces qué me había preguntado?

—Nada mamá, no te preocupes.

—Hijo, no me dejes en la inopia. ¿Quieres una madre ignorante, que se burlen de mí en los coloquios de la parroquia?

—No creo que los coloquios de la parroquia traten de los miembros de nadie, mamá.

—Pero se habla de las misiones y de los negri... de la gente del África. Tengo que estar informada. Es que no me quieres, solo me quieres para que te traiga los tuppers.

Suspiré, mi madre era una reina del drama. Mi padre había desarrollado con los años una capacidad increíble para pasar a modo off cuando le hablaba y aún así dar las respuestas acertadas en los momentos apropiados. Eran un matrimonio muy feliz. Pero a mí mi madre me cargaba un poco cuando pasaba mucho tiempo con ella, la mujer.

—A ver mamá, dicen que sus miembros son más grandes, ¿vale?

—Huy, qué cosas... Como yo solo se lo he visto a tu padre... Lo que debe de haber por el mundo... ¿Y tú con eso te apañas bien?

—Perfectamente mamá. ¿Podemos cambiar de tema?

—Claro, claro, ya ves tú el interés que tendré yo en cómo tendrá el miembro el negri... Mike —dijo con un tono que desmentía completamente sus palabras. Afortunadamente era una señora a la vieja usanza y no siguió preguntando. Solo esperaba que no le preguntara cualquier día a Mike, si es que volvía a verle—. No, si yo lo que te preguntaba es si es verdad que huelen fuerte.

—Mamá por favor, eso, como en cualquier persona, depende de la higiene de cada uno.

—Bueno, bueno. Cómo estás hoy, no hay quién te diga nada. En fin, da igual, estoy muy contenta. Es el primero con el que te pillo vestido al entrar en casa. Porque aquel que parecía un gamberro no me gustó para ti. Se ve que este va en serio. ¡Estoy deseando tener nietecitos!

—Mamá, ¿eres consciente de que eso es biológicamente imposible?

—Bah, la ciencia avanza mucho, y le voy a poner yo una vela a San Judas Tadeo. ¿Y cómo saldrá? ¿Así como café con leche?

—Mamá, ¿no estará papá preocupado por que tardas?

—Quita, quita, si le he dejado viendo el partido. Y seguro que es de esos que tienen prórrogas. Lo dicho, que quiero un nieto. Que la vida da muchas vueltas y nunca se sabe. Hoy estamos aquí y mañana ya no. Mira tu tía Gertrudis.

—Mamá, la tía Gertrudis tenía 97 años, tú eres muchísimo más joven.

—¡Pero nunca se sabe! Anda que no estaba bien tu tía: refollante estaba. Mejor que yo. Cualquier día el Señor se me lleva y yo no he conocido a mi nieto. Y luego sufrirás, por haber sido así con tu madre, que tanto te quiere. ¿Qué te costará, darme un nietecito? Mira, la Teresa, la hija de la Venancia, quiere un hijo, pero no encuentra novio ni a la de tres. Como es un poco feílla la pobre, con esa chepa y tal. Que no me gusta a mí hablar mal de la gente, no soy de criticar, pero no hay más que verla, que es un adefesio. Pero con lo guapo que tú eres me salían unos nietos apañaos. ¿No te animas? Yo os organizo una cena en casa y lo vais viendo, y luego ya sigues con el señor negri... con Mike, ¿eh? O que se venga si quieres, si estás más cómodo, que sabes que yo soy muy liberal. ¿Qué le gusta de cenar? ¿Qué comen en la sabana?

Mi madre a veces era muy surrealista...

—Mamá, no voy ni a intentar razonar contigo. Oye, tengo a Mike esperando, es mejor que te vayas...

—Y encima me echas de casa, como si fuera un perrillo, a tu madre, ¡con lo que sufrí en el parto! Me voy, pero piénsate lo de la cena. Voy a despedirme de tu amigo.

Puse los ojos en blanco, miré al techo y me acaricié las sienes. Mientras, mi madre se despidió de Mike y se fue como un torbellino, así que salí de la cocina para reunirme con él. Estaba de pie donde le había dejado.

—¿Qué me ha dicho tu madre de no sé qué de una cena, de un bebé y de que ya me avisará?

—Nada, olvídalo. Es muy maja y buena persona pero se le va la pinza mogollón. Nosotros a lo nuestro. Necesito tu leche pero ya.

Y clavé las rodillas en el suelo sin más preámbulo, le saqué el rabo, esa columna inmensa de carne, y me lo zampé con ansia. Casi al momento me corrí, de lo necesitado que estaba, sintiendo ese morcón desencajándome la mandíbula. Solté la lefa a los pies de Mike, sin necesidad de tocarme el rabo, mientras me concentraba en chupar la punta de su enorme polla, dándole placer en su frenillo con la lengua, explorando el agujero y acariciando el glande con los labios.





Se la comí como pocas veces había comido polla, metiéndola y sacándola furiosamente, apretando los labios, frotando la lengua, y enseguida me recompensó con una carga de lefa que me colmó la boca y rebosó mis labios, resbalando hacia mi cuello.

En ese momento comprendí que el mejor remedio para las charlas con mi madre era una abundante dosis de lefote caliente.