miércoles, 10 de enero de 2018

Edu conoce a Mike

¿Sabéis los ancianos que se quedan embobados mirando las obras?Siempre me ha fascinado: si hay alguna obra en marcha los ancianos van gravitando hacia allí. Tiene que ser un fenómeno físico no investigado. Alguien debería hacer una tesis doctoral al respecto. Pues resulta que a mí me pasa un poco igual: Cerca de mi casa hay un banco donde suelo sentarme cuando simplemente me apetece pensar y tomar un poco el aire. Cojo un paquete de pipas y p'al banco. Y me quedo mirando el panorama.

Porque lo bueno de mi banco son las vistas: enfrente, cruzando la carretera, hay un gimnasio. Así que me entretengo viendo entrar y salir chulazos. Normalmente veo un montón de cachas con los que puedo fantasear. Casi siempre acabo en el banco con la polla como la pata un burro y el culo burbujeando de expectación. Una vez vi a un par de gemelos, megamusculosos los dos, con pinta de burracos. Empecé a darle vueltas al tema en mi cabeza y tuve que volver a mi casa con un manchurrón en los pantalones.

Sin embargo hoy aquello estaba más triste que el funeral de Chanquete. Casi no entraba ni salía nadie, y para uno que vi, estaba más escuchimizado que yo. Ya me iba a ir cuando apareció él. Era tan negro que tendría serios problemas en un cuarto oscuro, treinta y tantos, sexy y muy cachas, con camiseta de tirantes que dejaban ver sus brazacos como jamones y pantalón de chándal cagado. Me dije "ay maricona, no tendrás la suerte de que un macho así te empotre...".

El tío era más grande que el tubo de escape del Titanic... Seguramente como el tubo tendría precisamente la entrepierna, eso dicen de los negros, ¿no? Me relamí sin querer. Puede que hasta babeara un poco.

Cruzó la calle hacia mí. Normalmente disimulo, pero reconozco que me quedé parado, sin poder moverme, con una pipa a medio camino de mi boca entreabierta, y mirándole fijamente.

El rato que tardó en cruzar la calle me pareció tan largo como un penalti de Oliver y Benji, me dio tiempo de imaginarme tropecientas fantasías con ese tío y su badajo. Algunas solo con su badajo. Parecía que avanzaba a cámara lenta, como Los vigilantes de la playa...



Cuando llegó a la acera delante de mi banquito, me miró un segundo. Luego apartó la vista, pero volvió a mirarme como para asegurarse de algo. Se quedó parado y se acercó.

"¡Qué, qué, qué, qué!" pensé. Imagino el aspecto que debía de tener yo, pasmao y embobao. Y con la pipa a medio comer. Supongo que se acercó por si era un pobre tontito y necesitaba ayuda...

—¿Te encuentras bien? —Dijo con voz preocupada, acercándose un poco más. Aunque no demasiado, supongo que por si resulta que yo era un loco peligroso.

No contesté, me limité a mirarle así, de cerca. Las líneas entre sus músculos, las curvas que ocultaba su ropa y las que dejaba ver su camiseta de tirantes. Su paquete marcadito por la tela del pantalón... Recordé aquello que dicen de que no es lo mismo medio metro de encaje negro que un negro te la encaje medio metro.

—Oye... hey... —seguía el, acercándose un poco más y chasqueando los dedos delante de mi cara.

—Sí, sí, perdona —le contesté algo nervioso—, es que me he quedado pensando en tu badajo. ¡Abajo! Abajo, quiero decir... abajo. En un sótano que hay debajo de mi casa. Eso.

Y me metí la pipa en la boca, me di cuenta de que no la había pelado, traté de hacerlo con los dientes (cosa que nunca me sale), me rendí, traté de escupirla, se me pegó al labio, hice pedorretas para que cayera, me la sacudí con la mano, y me quedé mirándole sonriente como si fuera lo más normal del mundo. ¿Había dicho badajo antes? Joder, creo que sí...

—¿Nos conocemos? —preguntó conteniendo la risa.

—Oh no, todavía me dolería. Digo, me acordaría. Quiero decir que nunca olvido una cara.

—Ya. ¿Sabes? igual estoy interpretando mal la situación, pero tampoco pierdo nada: ¿te apetece tomar algo?

—Joder, un bibe. Digo... —venga, venga, una palabra parecida a bibe—... flipe. Un flipe sería. Sí.




—Genial. En realidad vivo cerca. Si quieres puedes tomarte ese bibe. Ya sabes, de mi badajo. Y luego procuraría que no te doliera demasiado —me soltó con carita inocente. Así que no había colado, con lo estupendamente bien que había disimulado...

Yo tengo pluma, es fácil detectar que soy gay, pero él era muy masculino. ¿En serio me estaba proponiendo echar un polvazo ese bombón de chocolate? Tendría que asegurarme hablando claro:

—Verás —comencé—, no sé si he entendido bien. ¿Quieres follar?

—Bueno, no me importaría, así destenso los músculos del gym. Siempre está bien follar con un chavalito guapo como tú.

Vale, pues sí. Me lo estaba proponiendo. Joder, joder, ese tío me ponía a mil. ¡Qué día más grande!

Fuimos a su casa. Vivía por allí, igual que yo. Y que nunca nos hubiéramos cruzado antes... Bueno ahora iba a disfrutarlo.

Nada más cerrar la puerta de su casa me puso contra la pared y me morreó. Buah, así, empezando bien. Sus músculos se pegaban a mi cuerpo y me inmovilizaban. Era mucho más grande que yo, y su calor me envolvía. Olía a gel de baño, seguro que acababa de ducharse en el gym, y le arranqué la camiseta de un tirón.

Su cuerpazo era tal y como esperaba: pectorales enormes que no abarcaba con mi mano, y abdominales tan marcados que parecía que había carreteritas entre ellos. Sus brazos, apoyados en la pared a ambos lados de mi cuerpo, eran tremendos, enormes, colosales. Cogían veinte brazos míos en cada uno de los suyos.


Me besó con sus labios carnosos, que yo acariciaba con los míos, y nuestras lenguas se fusionaban en una orgía de saliva. Me lamía el cuello, la oreja y volvía a la boca. Yo estaba muy cachondo, y mi excitación aumentó cuando fui sintiendo crecer la dureza en su entrepierna, a través de su chándal. Algo enorme y cada vez más duro se pegaba a mí, a mi propia polla dura y a mi pierna.

Con las manos, que hasta entonces habían explorado su espalda musculosa, tanteé hacia su trasero, que era como una roca, redondo como las ruedas de los Picapiedra. Y luego palpé hacia delante, colándolas entre nuestros cuerpos. Sentí vello rizado que bajaba desde su ombligo, y siguiendo ese camino llegué hasta su pantalón. Seguí bajando y palpé algo imposible: una tercera pierna que discurría paralela a las otras dos, abombando el pantalón y llegando más allá de lo que alcanzaba mi mano sin agacharme.

Paré los besos y le empujé para separarle un poco. Vi deseo en su mirada, pero yo bajé la mía a su cadera. Debía de estar viendo visiones, porque había demasiado bulto en ese pantalón. Tragué saliva y se lo bajé, junto con los calzoncillos, que eran de tela, como los de los señores mayores. Él siguió luego sacudiendo los pies para quitárselos, pero no presté atención. Toda ella estaba concentrada en su rabazo. Era algo increíble. Lo más largo que había visto nunca, no solo en la vida real, también en todo el porno que he consumido. Y gorda. Tenía la polla gorda y enormemente larga. De un tono algo más oscuro que el resto del cuerpo. Menos hacia la punta, antes del glande, donde se volvía más clara. Eso no era un bombón de chocolate, era toda una chocolatería.


Supe que me había tocado el premio gordo con ese tío, que eso no se veía todos los días. Pero también me sentí nervioso porque no sabía bien por dónde cogerlo...

—Ven, no te preocupes, estoy acostumbrado a los culitos de los blancos, tendré cuidado. Aunque nunca me había follado un culito de chaval, supongo que será más cerradito...

Tengo 25 años, pero con mi aspecto aniñado parece que tengo 18. No le saqué del error. Me cogió de la mano y me llevó por la casa. No llegamos al dormitorio. En el salón ya se cansó de hacerme ruta turística y volvió a pegarse a mí y a besarme. Su rabo quedaba entre mis piernas, acariciando mis pelotas a través de mi pantalón. Él movía la cadera despacio y su polla me frotaba mientras sus labios gruesos me devoraban.

De repente me cogió en volandas y no sé cómo acabé tumbado bocarriba en el suelo, y rápidamente él se sentó a horcajadas sobre mi pecho, sujetando mis brazos con sus piernas musculosas y enormes. Su polla quedó apoyada en mi cara, pesada y caliente, así que fue instintivo sacar la lengua y empezar a lamer. Mmmm, qué rica estaba. Era enorme, pero tenía ganas de zampármela toda y exprimirle el jugo.

Él se retiró un poco para que la punta enfilara mi boca. Me la comí y él empezó a bombear. Kilómetros de polla gorda trataban de entrar en mi boca, rebosándola, partiendo mis mandíbulas.





Yo apenas podía con ese rabo. Sentía las mejillas calientes por el esfuerzo, y lagrimones de placer resbalaban desde mis ojos. Las venas de su polla rozaban mis labios estirados. La sentía dentro de mi boca, sin dejar espacio a nada más, sin apenas poder mover la lengua, con la mandíbula abierta al máximo. Notaba cómo el glande chocaba contra mi paladar y luego se frotaba contra él tratando de entrar más allá, lo cual era complicado en esa postura, estando yo inmovilizado y sin poder alinear mejor el cuello.

Desde mi posición le veía sobre mí. Sus pectorales prodigiosos hinchándose con sus bocanadas; su abdomen contrayéndose. Su boca abierta en gemidos. Sus ojos a veces cerrados a veces clavados en mí y en mi boca. Y sin embargo, la polla que podía tragar no era ni la mitad de la polla que me ofrecía. Yo quería tratar de comérsela hasta los cojones, y él debió de pensar igual, porque al poco se levantó y cambió de postura, poniéndose detrás de mí. Le miré, levantando la barbilla hacia arriba, y enseguida me clavó la polla en la boca. Así entraba mucho mejor, aunque las mandíbulas empezaban a rogarme que parara ya.


Cerré los ojos, mientras él deslizaba su rabaco por mi garganta. Sentía sus pelotas sobre mi frente, luego sobre mis ojos, después sobre mi nariz. Y vuelta atrás, y a delante otra vez. Increíble. Pero mi boca tenía un aguante. Quizás en otra postura, donde hubiera podido lamer, no solo tener ese rabazo dentro, hubiera aguantado más. Pero así ya no pude. Me incorporé, frotándome la mandíbula.


—Espera, tengo el remedio para tu mandíbula desencajada —dijo, y volvió  a besarme. Despacio, suavemente. Hasta ahora no me había metido caña, la follada de boca había sido también despacio, pero me sentía como si me la hubieran follado veinte tíos con toda la caña del mundo.


Me quitó los pantalones entre besos, y me acarició la polla por encima de los calzoncillos. Luego me dio la vuelta, y abrazándome por atrás, con su pollón atrapado entre mi trasero y sus caderas, me condujo a pasitos hacia una silla, besándome en el cuello.


Me puse a cuatro patas sobre la silla, y sentí un azote de su manaza sobre mi nalga. Luego bajó la goma de mi bóxer de licra, y me dio otra palmada.


—Tienes un culo estupendo. Suelo estar con hombres más musculosos, la verdad, con culos grandes y duros, pero tu culo es pequeño, suave y redondito. Me encanta. Mucho... Creo que va a ser perfecto para mi polla.


Y diciendo esto se arrodilló y enterró la cara entre mis nalgas. La lengua también la tenía larga, por lo que sentía. Me  comió el culo, lamiendo sin parar, con toquecitos alternados con lametones húmedos y profundos. Su lengua debía de tener voluntad propia, y me estaba encantando.


Sus manos aferraban mis nalgas, las apretaban y estrujaban, mientras entre ellas sentía su cara moverse para permitir a su lengua alcanzar cada rincón de mi ojete, cada vez más relajado y abiertito.


Sentí luego un dedo explorar junto con su lengua, metiéndose en mi ojete, entrando y saliendo. Enseguida comprendí que eran dos los dedos, mientras su lengua seguía lamiendo la raja entre mis cachetes.


—¡Qué culazo! Es el mejor con el que me he topado...


Es cierto que estoy orgulloso de mi culo. Es casi perfecto, aunque ahora vería si soportaba esa pollaca...


Un poco después se apartó y noté que mi ojete se ensanchaba más. Ahora eran al menos tres los dedos que me metía. Los movía rápido, entrando y saliendo, y de vez en cuando escupía para lubricar.


Yo gemía de gusto, deseando sentir su miembro oscuro. Al cabo él se levantó y se fue. Y me quedé to loco a cuatro patas, con el culo abierto y sin saber qué hacer. Pero volvió enseguida con un tubo de lubricante en la mano. Sentí que me echaba generosamente y luego que se frotaba la polla. Luego su glande resbaladizo se pegó a mis nalgas, como un cohete a punto de hacerme estallar.


—¿Preparado?


—Dale, métela, dámelo todo, clávamela, fóllame, húndela hasta las pelotas, reviéntame...


—Jajaja, lo pillo, tranquilo, que tendrás lo tuyo... Iré con cuidado al principio, no te me vayas a poner a llorar y me pidas que pare. Dime si voy yendo bien.


Y entonces sentí una dilatación brutal en mi culo que hizo que mordiera el respaldo de la silla en que me apoyaba. Y eso que solo me había metido la punta. Luego siguió el resto de su rabo, avanzando centímetro a centímetro por mi interior, abriéndome más y más el trasero. Notaba su polla moverse, frotándose contra mi ojete, avanzando por el interior de mi vientre, colmándome. Dolía, y gemí cerrando los ojos. Pero también era delicioso, y mi polla reaccionó a la presión de ese rabazo negro con una erección durísima, aunque ni por asomo podían compararse en tamaño nuestros dos miembros. Cuando creí que ya no podría más, que me iba a partir en dos, paró, se quedó quieto, con toda la grandiosidad de su verga abriéndome como un espetón.


—Joder con el chaval —dijo impresionado—, nadie aguanta hasta que la meto del todo, y tú la tienes hasta los cojones chaval. No queda ni un milímetro de polla que meterte, campeón. Esto sí que es un culazo, lo vamos a pasar genial...


Sí, oh, sí. Lo había conseguido. La tenía toda dentro. Mi culo estaba abierto de par en par. Ahora quería sentir esa polla tremenda zumbándome pero bien. Y mi deseo se cumplió. Empezó a bombear, despacio. La sacaba casi por entero, y cuando mi ojete se relajaba pensando que ya había pasado todo, volvía a clavarla, y mi culo volvía a abrirse.


El roce de la piel se su polla contra mi culo era interminable, de lo larga que era, y sentir su avance en mi interior era indescriptible.


Poco a poco fue aumentando el ritmo de la follada. De vez en cuando me preguntaba si iba bien, y yo asentía entre gemidos y le suplicaba más.


Llegó un momento en que su rabo entraba y salía de mi culo ya muy dilatado a gran velocidad, generando un calor por el roce que me ponía a mil. Él golpeaba mis nalgas con su cadera a cada embestida, y luego se separaba mucho: la longitud enorme de su polla, para volverla a meter con fuerza. Seguramente al día siguiente tendría dolor de culo y hasta cagalera, pero en ese momento estaba disfrutando como nunca. Esto es lo que siempre había deseado, el sueño de mi yo más pasivo.



Estaba tremendamente cachondo, no podías más, y sus pollazos y embestidas provocaron al fin mi corrida, sin ni siquiera tocarme la polla. Era la primera vez en mi vida que me pasaba, estaba claro que había encontrado al compañero sexual perfecto.

Él me agarraba de mi pelo rubio y me echaba la cabeza atrás. O me estrujaba las nalgas mientras me taladraba con su polla. O me rodeaba el pecho con un brazo enorme y se pegaba a mí echándome el calor de su respiración en mi cuello. O me tapaba la boca con la mano y me propinaba una serie de pollazos vertiginosos.

Sin darme cuenta empecé a correrme entre gemidos de gusto, y la lefa caía a borbotones sobre el tapizado de la silla. Me sentí fugazmente culpable por ello, pero luego me abandoné al placer, a las sensaciones del orgasmo en mi polla y la follada en mi culo, sensaciones que se complementaban perfectamente en un todo maravilloso.

Al momento noté cómo los músculos de mi follador se contraían y empezó a gemir fuerte y ronco. Mi culo ardiente y abierto apenas podía registrar más sensaciones, pero supe que me lo estaba llenando de lefa caliente y abundante. Apenas bajó el ritmo de la follada mientras se corría entre espasmos, y luego me folló más suave, acabando con unos pollazos secos que clavaban su miembro en mi trasero.

Después la sacó y se apartó un poco. Le miré y le vi estirado, con las manos detrás de la cabeza y los ojos cerrados, respirando hondo y agitadamente, algo que convertía su torso en un paisaje formidable.

Lanzó un rugido de placer, y dejó caer los brazos, abrió los ojos y me miró. Me levanté y al momento chorros de lefa escaparon de mi pobre culo dilatado y resbalaron a lo largo de mis piernas. Me acerqué a él y me mordí el labio inferior, acariciando su torso musculado.

—Creo que te he manchado la silla de semen —confesé.


—A tomar por culo la silla, ha sido un polvo alucinante. ¿también para ti?

—Ha sido perfecto, tu polla y mi culo se llevan genial...

—Me encantaría repetir...

—Pero no pronto espero, porque no puedo más... Aunque desde luego que no pienso perderme la oportunidad de que vuelvas a abrirme en canal. La próxima a ver si me das la leche en la boca.

Y fui a por mi ropa anadeando como un pato. Iba a ser gracioso ir hasta mi casa, por cerca que estuviera...

Continuará...

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