miércoles, 12 de julio de 2017

Alex y Hugo, mamada en el bus 1



Me llamo Álex. Todos los días, ya sea para volver de la Universidad o de mi trabajo de becario, según el día, cojo el mismo autobús. Llega un momento en que reconoces al resto de gente que lo coge también. Se convierten casi en viejos amigos, aunque jamás intercambies una palabra con ellos. Un día te sorprendes pensando "andá, la señora del bigote no ha venido hoy", o algo como "el señor de los pelos en las orejas hoy se ha sentado en otro sitio". No los conoces, pero los ves a diario e inevitablemente se genera una sensación de grupo.


Desde el principio me fijé especialmente en uno de los pasajeros del bus. Un chaval de mi edad, rubio, pelo de punta, ojos verdes, cuerpazo, muy guapo. Se sube al bus dos paradas después de la mía. Le suelo mirar cuando avanza por el pasillo, con aire distraído, como si no me interesara y solo reconociera en él a uno de los pasajeros habituales. Luego se sienta en mi misma fila de asientos, al otro lado del pasillo. Y yo finjo que miro por la ventanilla cuando en realidad intento atisbar su reflejo en el cristal. Me gusta, me parece muy sexy.


Tampoco es que nunca haya pensado en decirle nada. No parece que me devuelva las miradas. Yo no soy feo (pelo castaño, despeinado, labios carnosos, ojos azules, no puedo decir que tenga mal cuerpo...), pero soy bastante patoso, y eso me hace tímido.
Cada día, el autobús hace su recorrido interurbano: atraviesa dos ciudades antes de llegar al pueblo en que vivo. Los pasajeros se van bajando a lo largo del camino. Desde la segunda ciudad hasta mi pueblo hay un trecho de carretera sin paradas, y solemos quedar solamente este chico y yo. Sería el momento perfecto para entrarle, pero nunca me he atrevido. ¿Y si se enfada y me la lía en el bus que tengo que coger cada día?


Así que callo, miro su reflejo en la ventana, le veo alejarse en dirección contraria cuando nos bajamos y me desfogo en casa con el mal simulacro de una paja que sustituye apenas lo que me encantaría que pasara realmente.


Hasta hoy.


Ya va llegando el buen tiempo. Ha debido de ser por eso. Yo estaba como cada día en mi asiento de costumbre en la parte de atrás del bus. Tenía hambre y estaba comiendo una bolsa de gusanitos. Y ha subido él al bus. Le he mirado con mi ensayado gesto de desinterés, y le he visto con una camiseta de tirantes que dejaba ver el comienzo de su pectoral, sus hombros y sus brazos. Me he flipado. Y me he quedado con la boca abierta y un gusanito a medio camino.


Justo, nunca me mira y ahora ahí lo tienes, me ha pillado con la boca abierta, como un pescao, creerá que soy memo. Trágate el puto gusanito, Álex. De los nervios me he atragantado, he empezado a toser y medio gusanito ha salido disparado de mi boca para vivir aventuras desconocidas por su cuenta.
Tranquilo Álex, que no se ha pispado. Bueno, es verdad que te sigue mirando, pero seguro que no se ha dado cuenta. Joder, joder, ¿a quién intento engañar? Bah, disimula, disimula. Mira por la ventanilla.


Y giré la cabeza tan rápido que me di un porrazo con el cristal. Volví a mirar en su dirección justo para ver cómo él bajaba la cabeza y miraba muy atento el pasillo del autobús por el que avanzaba. ¿Estaba conteniendo la risa? Ni idea. Álex, tú mira por la ventanilla.


Plaff!! Otra vez. No me lo puedo creer. ¿Por qué la tierra no se abre y me traga de una vez? Ya se ha sentado, donde siempre. Al otro lado del pasillo, tan cerca y tan lejos.


¡Qué bochorno he pasado! Me concentro en el cristal intentando que se me pase lo colorado que seguro que estoy. Intento no pensar en el chichón que me debe de estar saliendo. Y en esas estaba cuando me di cuenta de que tenía una presencia al lado. ¿Era él? Giré la cabeza despacio, y descubrí a la señora del bigote refunfuñando sobre lo drogada que está la juventud. Apenas entendí que quería que quitara la mochila del asiento de mi lado para sentarse. Al hacerlo miré de soslayo al asiento de enfrente. Ya no tuve dudas, no me miraba, miraba al frente, pero se sonreía intentando aguantar la risa.


¿Podía ser peor? Sí: la señora del bigote olía a sobaco. Lo tenía todo la mujer.


Me retraje en mí mismo todo el viaje, pero tomé una decisión. Ya que me había puesto en evidencia no tenía mucho más que perder. La señora del bigote no se bajó hasta la última parada antes de enfilar la carretera a mi pueblo. Al levantarse y ponerse el bolso en el hombro me dio con él, y en vez de disculparse me dijo muy seca que no me drogara si luego iba a ir en autobús con gente decente.
Y con las mismas se largó, dejándome estupefacto.


Quedamos él y yo en el bus.


Pensé en la mejor estrategia. Tenía un ratillo antes de llegar a la parada. Pensé en mirarle, para ver si reaccionaba positivamente. Así que lo hice de forma evidente: apoyé la espalda en la ventanilla y me senté mirando al pasillo, en su dirección.


Al sentirse observado me miró, y enarcó una ceja interrogativo.
Y yo me dije "venga Álex, ¿y ahora qué?". Pues ni idea. Él se cansó y volvió a mirar a otro lado. Pero como seguí observándole volvió a mirarme. Y me lancé. Me llevé la mano al paquete y lo estrujé.


—¿De qué vas? —Me preguntó.


No supe si estaba molesto o no.


—Perdona —me limité a responder. Y volví a girarme para mirar hacia delante. Tierra ¿es ahora cuando ya te abres y me tragas?
Miré de reojillo. Seguía mirándome, así que volví a mirar al frente rápidamente. Noté cómo se me encendían las mejillas. Me atreví a mirarle otra vez, conteniendo la respiración. Seguro que se enfadaba o me gritaba o algo. Se limitó sin embargo a quitar la mochila del asiento de al lado y soltarla a sus pies.


—¿Vas a sentarte aquí o no?


—¿Cómo dices? —¿Qué coño me estaba diciendo?


—¿Qué si no vas a sentarte aquí. Lo digo porque me imagino que así podrás mirarme más a gusto...


—¿Qué? No, no te miraba... —Claro Álex, qué le estás contando. Ahora resulta que te sobabas el paquete en su dirección mirando al infinito. Te pone el infinito. No se lo va a tragar y lo sabes.


—Me llevas mirando desde hace mucho tiempo. No soy idiota. Aunque hoy te has canteado de lo lindo.


—Ah... —Pues no, no se lo ha tragado.


Me levanté del asiento, miré hacia delante, por si el conductor me decía algo, y fui a sentarme a su lado. Me tropecé con mi mochila, que seguía en el suelo tras dejarle sitio a la señora del bigote. Me apoyé artísticamente en el asiento, y seguí lo más dignamente que pude. No se me escapó su sonrisa burlona.


Me senté junto a él y miramos hacia delante. Se alargó el silencio.
—Pues no estás aprovechando para mirarme. Y te tropiezas y chocas bastante ¿no? —Me comentó jocosamente.


—Ya... Mi abuela decía que si te tropiezas y no caes avanzas más rápido. —Eso, ahora háblale de la abuela. No hay tema más erótico, fijo.


Volvimos a quedar en silencio. Notaba la piel de su hombro y su brazo rozando mi camiseta, y me quemaba el contacto. Al final íbamos a llegar a la parada y no iba a decirle nada...


—Me llamo Hugo, por cierto.


—Álex —acerté a contestar.


—Encantado Álex. —Creí que iba a darme la mano, pero cuando la movió, en lugar de estrechármela me la cogió de la muñeca y la puso sobre su paquete. Tragué saliva sin atreverme a mover ni un músculo. Seguimos mirando hacia delante, como si nada.
Me sentía tan ridículo que decidí hacer algo. Empecé a mover los dedos. Noté enseguida que le crecía el paquete. Me soltó la muñeca, y le sobé la entrepierna.


—Mira Álex —me dijo en voz muy baja, como si fuera el mayor secreto—, estamos llegando a la parada ya y no nos da tiempo. Pero tengo dos fantasías: una es que me la chupe un chico; y la otra es que me la chupen en el bus, sin que nadie se dé cuenta. Siempre nos quedamos solos el final del trayecto, y creo que mañana podríamos hacerlo, y cumplir del tirón las dos fantasías. ¿Qué opinas tú?


Me miró como si fuera lo más normal del mundo, como si me hablara del tiempo. Tragué saliva de nuevo. Miré hacia el conductor y sopesé las posibilidades de hacerlo sin que nos pillara. Muchas, imaginé. Le miré, seguía con los ojos clavados en mí. Y asentí, incapaz de pronunciar palabra.


—Genial —me sonrió—. Estará genial. Te confieso que en mis fantasías del bus me la chupa una tía, pero también debo decir que me das morbo, después de tanto jugar al gato y al ratón estos días cada uno en su lado del pasillo. Mira, ya llegamos a nuestra parada. Te veo mañana.


Efectivamente, ya llegábamos. Le quité la mano del paquete, ya ni me acordaba de que estaba estrujando su rabo creciente, y me levanté. Él se levantó, se puso la mochila delante de la entrepierna y avanzó hacia la puerta del bus, diciéndome por encima del hombro:


—Hey tío cuidado con ese bulto, te lo va a ver todo el pueblo.
Así que me puse también la mochila delante de la entrepierna y me bajé del bus.


No tenía muy claro que acababa de pasar. Había quedado para hacerle una mamada al día siguiente al tío que llevaba un montón de tiempo poniéndome cachondo. Joder, joder. Esta vez sí que iba a necesitar desfogarme con un buen pajote en cuanto llegara a casa...









Continuará...
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