miércoles, 19 de julio de 2017

Alex solito en su dormitorio






Después de lo pasado en el bus fui derecho a casa. Entré en mi habitación, lancé la mochila a una esquina y cerré la puerta.

Estaba muy, muy cachondo. El tío que llevaba observando tanto tiempo sin atreverme a decirle nada quería que me zampara su rabo... Era alucinante, no me lo creía. Solo con volver a pensar en cuando me puso la mano sobre su paquete me empalmé sin remedio. Necesitaba hacerme una buena paja, pero ya.

Me miré en el espejo de mi armario. Creo que no estoy mal, con mi cara de niño bueno y mi pelo despeinado. Y me esfuerzo un poco por tener buen cuerpo, marcando abdominales.

Me saqué la sudadera, la doblé con cuidado y la dejé sobre una silla. Luego pensé lo que estaba haciendo y decidí que debía echar pasión al asunto. Cogí la sudadera de nuevo, la desdoblé, la di un par de vueltas sobre mi cabeza sin dejar de mirar mi reflejo en el espejo y la lancé. No sé dónde caería, ya la buscaría después.

Pasé a los pantalones. Me los desabroché lentamente. Primero el botón de los vaqueros. Luego la cremallera. Descendía despacio, con un ruido suave, sobre mi paquete caliente. Luego decidí que mejor me los quitaba rápido, medio bailando. Y cuando estaba a la pata coja tratando de sacarme una patera (mierda de moda juvenil y vaqueros estrechos) perdí el equilibrio y caí sonoramente al suelo.

—¿Cariño, estás bien? —Mi madre, a través de la puerta.

—Sí, sí, sí; todo bien, genial, de maravilla.

—Vale cielo. ¿Vas a salir a comer pronto? Ya sabes que luego viene tu tía abuela Gertrudis a visitarnos y tiene muchas ganas de verte.

—¡Qué bien! Lo estoy deseando mamá. Es mi tía abuela favorita, con esa manía de que coma más de todo, que estoy muy delgado, y la nube con olor a naftalina que la envuelve...

—Pues agárrate, que dice que nos va a presentar un novio que conoció en Benidorm.

—Joder, mamá, a sus años... ¿Quién es, Matusalén?

—¡Cariño, esos modales!

Los pasos de mi madre se alejaron de mi puerta. Esperé todavía un poco más antes de acabar de quitarme los pantalones, sentado en el suelo, y arrojarlos a un rincón, ya sin baile ni porras.

Me levanté y volví a mirarme en el espejo. La excitación seguía anidando en mi rabo, que abultaba el slip como si fuera a desgarrarlo. Parecía una peli de Ridley Scott.

El resto de mí no estaba mal: torso fibrado, definido, sin vello, que sí dejaba crecer algo en mi pubis, y que asomaba por encima del elástico del slip. Piernas con vello sedoso y escaso. Culete redondito. Y lo que el slip tapaba sabía que era un muy buen rabo de 19 cm.
Me bajé un poco el slip y luego dejé que resbalara hasta mis pies. Mi polla saltó como un resorte, erecta y desafiando la gravedad.

Me acaricié el torso, porque sabía que cuando pasara al rabo no tardaría mucho, estaba muy caliente. Me acaricié los pezones, aunque nunca he sido especialmente sensible en esa zona. Bajé despacio por mi vientre, siguiendo la línea de los abdominales hasta el ombligo; y luego continué separando las manos dejando mi polla y los huevos en medio. Me acaricié el interior de los muslos, y luego subí una mano a las pelotas y la otra la llevé a mi culo. Me sobé los huevos mientras exploraba entre las nalgas. Tanteé el ano sin llegar a meter ningún dedo.

Saqué un poco de papel de la mesilla y me tumbé en la cama. Escupí en la mano y la llevé hasta mi polla. La cerré despacio en torno al tronco, y deslicé hacia la punta. Luego hacia abajo, muy lentamente. Con la otra mano volví a acariciarme el torso, descendiendo y llegando de nuevo a los cojones, tan llenos, rebosantes de leche.

Seguí con esa mano un poco más abajo, hacia el ano. Doblé una pierna y me llevé la mano a los labios. Lamí un dedo furiosamente, empapándolo de saliva. Y luego volví con él al culo, tratando de meterlo.

Soy muy patoso estimulándome el ano. Soy versátil y me gusta sentir la penetración, pero cuando estoy solo al final siempre paso y me centro en el rabo. Remoloneé un poco en mi culo, pero luego volví a los huevos, mientras aumentaba el ritmo de la masturbación con la otra mano.

Bombeé arriba y abajo, más rápido, más fuerte. Me mordí el labio y eché la cabeza atrás, cerrando los ojos y pensando en el chico del autobús: sus labios, sus rasgos, mi mano en su paquete. Y entonces supe que ya no podía más. Levanté la cabeza para ver el orgasmo que empezaba ya a sentir, provocándome espasmos en el abdomen. Sentí la lefa atravesando mi miembro con un relámpago de placer anticipado. Seguí bombeando, aumentando la sensación que recorría cada uno de los 19 cm de mi polla. Las primeras gotas de leche salieron casi perezosas, empapando mi vello púbico y resbalando por el rabo, esparcidas por mi mano al moverse. Fue como abrir unas compuertas. El siguiente chorro fue más potente, cayendo en mi pecho. El siguiente pasó sobre mí y creo que cayó en mi pelo. No pude pensarlo porque casi inmediatamente el siguiente me golpeó la cara con un balazo de calor espeso que resbaló por mi mejilla. Y luego unos cuantos chorros más de lefote, volando sobre mi cuerpo, empapando mi orgasmo.


Las piernas me temblaron, mientras que unos gemidos roncos se me escapaban al concluir la corrida, y se iban junto con las últimas imágenes del chaval del bus que retenía en mis retinas.

Volví a recostar la cabeza en la almohada y me quedé jadeando, con la mano protegiendo mi polla cansada. Recuperé la respiración poco a poco, sabiendo que había sido una de las mejores pajas en mucho tiempo, y deseando descubrir lo que me deparaba el futuro con ese chico. Hugo, dijo que se llamaba. Hugo.


Continuará...
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