miércoles, 14 de febrero de 2018

Edu se folla a un skater



Me gusta follar por San Valentín, porque los que no tienen pareja procuran pasar el día con un polvo, y para compensar se esfuerzan más en él. Así que lo mejor ese día (mejor que deprimirse y comer helado) es follar con quien sea.


Para este año he preparado algo especial. Si para Nochevieja le monté una fantasía brutal a mi colega Gus, ahora he pensado otra para mí: soy bastante andrógino, así que se me ha ocurrido travestirme y follarme a un heterazo. Todo que me salga fatal, pero si resulta sería una gran fantasía cumplida. Porque heteros ya me he follado, pero de los que dicen que tienen curiosidad, que ni son heteros ni son ná.


Así que me planté el otro día en el centro comercial de FuckingCity, y en la perfumería me compré un montón de potingues que yo, aunque tenga pluma, ni conocía. Me dejé asesorar por un dependiente muy sexy que, haciendo honor al tópico de los dependientes gays, me empotró en la trastienda. Y me llevé encima un descuento y un montón de muestras gratis. Compré también un vestido que decía a gritos "soy muy puta y me encanta" y unos zapatos de tacón. Sopesé comprar bragas o ir fresco. Al final pillé bragas, por contener mis atributos mejor. Un día de compras redondo.


Y el día de San Valentín lo preparé todo y me emperifollé (primero me emperi y luego ya follaré). Tuve problemillas con el maquillaje: quedé como Marge cuando Homer le dispara con la escopeta maquilladora. Como no tengo barba decidí que menos es más, y me contenté con pintarme los labios de rojo buscona y pegarme con muchos esfuerzos unas pestañas postizas que miedo me daba arrancarme después. Cuánto me alegro de ser chico, lo de ser chica no está pagado. Tengo la ventaja de mi pelo larguito y rubio, así que realmente parecía una chica.


Me enfundé el vestido tras depilarme el poco vello que tengo en las piernas. Mi culete redondo y suave daba gloria verlo. Y tras despanzurrarme unas cuantas veces dominé el arte de andar sobre tacones, al menos como lo haría la novia de Frankenstein. Y hala, pa' la calle. No me crucé con las vecinas ni vino mi madre a visitarme en todo el proceso, así que supe que ese día iba a ser afortunado.




Me senté en un banco de la plaza a ver los hombres pasar. Al rato me fije en un skater que andaba por allí con su monopatín. Zapas cantosas, pantalón deportivo ceñido, sudadera con capucha... aparentemente buen cuerpo y guapo. Con pinta de machote sin muchas luces pero buen empotrador. Me dio morbo al instante, así que me lo quedé mirando. Un momento después él se fijó en que una rubia despampanante con un mini vestido rojo estaba sentadita en un banco sin quitarle los ojos de encima (yo). Y empezó a mirarme de reojo mientras hacía sus cabriolas con el skate. Hasta que finalmente vino hacia mí y con un golpe del pie levantó el monopatín y lo agarró.


—¿Qué tal? No te había visto nunca por aquí... —me dijo sonriendo. Hay comienzos peores.


—Pues no sé, soy del barrio —respondí con vocecita y expresión inocente.


—Me acordaría seguro. Pero seguro —dijo recalcando mucho lo del seguro.


—Se te da bien lo del skate —dije, por decir algo. Cuando eres chica ligar es más difícil: se supone que las chicas son más prudentes, no se amorran directamente a la bragueta del chico, como hubiera hecho yo si no llevara estas pintas...


—¿Te gusta este rollo? Porque pareces más bien pijita...




—¿Tú crees? Bueno, me gusta estar abierta a nuevas posibilidades. Muy abierta —ahí se lo dejo—. ¿Y tú qué, pareces un poco macarrilla, no?


—¡Qué dices tía! Soy buen chaval. Sobre todo con las chicas guapas, princesa —y diciendo eso se sentó a mi lado en el banco.


—Ya, qué lástima, porque yo quería un chico malo... Ya sabes, de los que te hacen de todo...


Se descolocó un poco, supongo que no esperaba una chica más bien directa, pero reaccionó enseguida. Me puso una mano en la pierna y siguió hablando:


—Bueno, puedo ser un chico malo en según qué cosas... y ya veo que te va la marcha. Engañas, tan rubita y tan dulce tú...


—¡Ay qué mono! —repliqué, y contuve la respiración para ver si me subía la sangre a la cabeza y me sonrojaba. No sé cómo lo hacen las mujeres, yo casi me provoco un aneurisma. Lo que hay que hacer para parecer chica...


Y el skater, como su mano no había sido rechazada, pareció envalentonarse.


—Pues si quieres podemos tomar algo, yo invito —me propuso, y me guiñó un ojo con expresión de gamberrete.


—Ay... no puedo, es que tengo que hacerme las ingles brasileñas...


—Pero si estás preciosa así bebé, no hay chica que se te compare...


De eso estaba seguro. Su mano se movió ligeramente por debajo de mi vestido. Vale, creo que ya le tenía bien cogido: le gustaba lo que veía, estaba cachondo y se moría de ganas de follar (un rápido vistazo a su bragueta me lo confirmó). Era el momento de la verdad:


—Mira guapo, me va tu rollo, si quieres vamos a mi casa, vivo aquí al lado —su sonrisa fue ensanchándose de gusto según iba escuchándome, hasta que casi pareció el Jocker—. Pero tienes que saber una cosa, para que no me vengas con gritos luego. Tengo pilililla.





Un momento de confusión e incomprensión.


—¿Qué quieres decir? —me preguntó. Tela.


—Pilililla. Que me cuelga. Que puedo ser una chica para ti, pero que no vas a mojar en chochete, guapo.


Se levantó de un brinco del banco y se puso a gritarme:


—¿Pero qué me cuentas? ¿Es que estás mal de la cabeza? ¿Cómo vas por ahí así?


—No grites, que nos van a mirar —repuse con mucha calma.


El chaval miró alrededor, comprobó que la gente que pasaba volvía la cabeza a sus gritos, y se contuvo un poco. Me dijo enfurruñado:


—No soy marica...


—Genial, porque era lo que quería. Mira, piensa la situación: la gente te está viendo ligar con un pedazo de rubia. Eso es todo lo que ven: que tienes mucha suerte porque una rubia despampanante con pinta de actriz porno viciosa está hablando contigo. Nadie se da cuenta de que soy un chico, así que nadie va a pensar que seas marica. Pero si te pones a gritar y montas una escena llamarás la atención. Si no te interesa, pues vete. Aunque los tíos que nos miran se preguntarán si eres gilipollas por dejar tirada a una rubia tremenda. O bien podemos ir a mi casa. No hace falta ni que me quite el vestido, es muy corto y se arremanga fácil, así que no verás nada que te incomode. Harías lo mismo que con la chica que puedes imaginar que soy. ¿Te has follado alguna vez un culo?


Se quedó un momento sin decir nada. Supongo que estaba asimilando mi discursito y pensando en las diferentes posibilidades.


—No —contestó por fin—, no me he follado nunca un culo. Tengo colegas que sí, dicen que hay que probarlo, pero las tías sois..., son muy cerradas en ese tema.


—Ea, pues ya lo tienes —dije tan contento, dando una palmada en el aire e incorporándome para quedar frente a él—. Te aseguro que no probarás jamás un culo como el mío, de eso puedes estar seguro.


Le notaba dudar: el morbete de follar junto con el hecho de que me miraba y veía una chica rubita y dulce con pinta de guarrilla. El sueño de cualquier empotrador...


—Si alguna vez alguien del barrio se entera de algo... —dejó la frase sin terminar, plantándome un dedo acusador en el pecho. Eso le hizo dudar de nuevo, porque notó que tampoco tenía tetas—. Joder, pero qué coño estoy haciendo, si no tienes ni tetas que agarrar...


—Bueno, hay pibas con poco pecho... Mira, tú mismo, no me hagas perder el tiempo —y me di la vuelta. Sabía que mi mejor baza era esa: ahora veía irse con contoneo una buenorra con melenita rubia y culazo marcado por el vestidito. No me había alejado ni dos metros cuando le tenía caminando a mi lado con el skate bajo el brazo.


No dijimos nada de camino a mi casa. Notaba que estaba tenso y no quería estropearlo. Llegamos, subimos a mi piso y entramos. Anduve hasta el dormitorio y él me siguió. Me di la vuelta, me puse frente a él y le miré. Nos quedamos así un par de segundos. Como no tomaba las riendas y no me atrevía a besarlo, con un suspiro me arrodillé y antes de que pudiera apartarse le bajé el pantalón del chándal lo bastante como para descubrir un rabo blandito y un par de pelotas enormes y colgantes. Me lo metí entero en la boca y empecé a lamer.


Él dio un pequeño respingo, pero no se apartó. Un poco después su polla había ganado dureza y tamaño, convirtiéndose en un trabuco grande y bien proporcionado, muy duro y delicioso. Le levanté un poco la sudadera para descubrir un abdomen currado que me encantó. Lo admiré lamiendo la punta de su pollón con la lengua, dejándola bien mojadita y recogiendo un poco de líquido preseminal que asomaba.





De repente sonó un estruendo: había soltado el skate, que había caído al suelo. Dejé de lamer con el susto y le miré. Tenía una expresión mucho más relajada, ya no estaba nervioso, y parecía que disfrutaba de la mamada.


—Lo siento tía —se disculpó por el estruendo—. Es que voy cogiéndole el tranquillo a esto... Sigue chupando, no pares, que lo haces de puta madre...




Y me agarró la cabeza con las manos mientras guiaba su polla de nuevo a mi boca. Al principio me movía yo, pero no tardó en tomar el control y, agarrándome firme del pelo, me inmovilizó la cabeza para follarme la boca. La sacaba despacio, disfrutándolo, y luego la metía de golpe con un movimiento de cadera. El aire se me escapaba con un gemido en cada acometida, y él gemía también. Y de vez en cuando me decía guarradas:


—Así, sí, sí... traga polla puta. ¿Te gusta eh? Se nota que sabes cómo chuparla, ooooh, sí, sí... Toma rabo, te vas a hartar de rabo...


La saliva se me acumulaba y chorreaba por mi barbilla. Menos mal que el carmín que me había puesto era de esos que duran, o ya lo habría perdido todo al frotar los labios con su polla, con sus huevos, con su vello púbico...


—Aaaah, joder, chupas bien zorra... Mírame, quiero que me mires mientras te la meto hasta las pelotas... Traga polla...


Y le miré, clavando mis ojos azules en los suyos, mientras me agarraba la barbilla para mantenerme la cara levantada y seguía follándome la boca, metiendo pollón hasta que sus huevos, tan colgantes, golpeaban mi mandíbula. Él se mordía el labio, gemía, echaba la cabeza atrás y volvía a mirarme.


—Sí, sí, sí —exclamó al compás de otras tantas embestidas fuertes, para luego sacarla de mi boca. Un hilo grueso de saliva quedó colgando de su glande a  mis labios, antes de caer al suelo. Tragué mientras sentía sus brazos levantarme del suelo. Mi polla luchaba por romper las braguitas que me había puesto, pero no me atreví a tocarme. No quería ni mirar para comprobar si se notaba bulto a través del vestido, no fuera a arruinar esta fantasía. Él no me lo miró, siguió mirando mi rostro (lo cierto es que había quedado muy guapa como chica), con media sonrisa, y tiró las zapas por cualquier parte, se quitó la sudadera y se sacó del todo el pantalón. Quedó en pelotas frente a mí, pero apenas pude admirar su torsazo, con buenos pectorales y brazos, ni sus piernas fuertes de skater, porque enseguida avanzó hacia mí con ímpetu, y me cogió de la cintura con una mano, mientras la otra se colaba por detrás y me apretaba el culo atrayéndome hacia él. Quedamos totalmente pegados, la dureza de su rabo grande interponiéndose entre nuestros cuerpos. Su pectoral pegado a mis inexistentes pechos. Y sin más ocurrió algo que no esperaba: me besó. Sospecho que se había metido de lleno en la fantasía de que estaba con una chica, porque solo pude disfrutar de su beso exigente y duro unos segundos, tras los cuales noté que volvía a sentirse incómodo y se apartaba. Creo que recordó que estaba besando a un tío, y eso le cortó mucho el rollo. De repente perdió fogosidad, así que me apresuré en girarme y poner el culo en pompa. Lo que ahora veía era una chica que le miraba hacia atrás provocadora, ofreciéndole su culo, a medias visible bajo el sexy vestido rojo.


Comprobé con alivio que su polla se ponía todavía más rígida, y acto seguido sus manos cayeron sobre mis nalgas y las estrujaron. Me sobó y me encantó, y después me arremangó el vestido, que quedó por mi cintura, dejándole ver mis braguitas. Me las bajó y cayeron hasta mis pies. Las sacudí y las lancé a una esquina de la habitación. Se acercó más y sentí su rabo rozarme. Sus manos acariciaban bruscamente mis nalgas, y poco a poco se aventuraban a separarlas y explorar mi ojete rosado y cerrado.


—Joder puta, qué cerradito lo tienes... ¿En serio puede entrar por ahí? —me preguntó con la voz ronca de excitación.


—Claro bombón, ya verás que rico. Echa saliva y prueba, quiero sentir ya cómo me abres el culo...


—Qué guarra eres —se rió—. Allá voy...


Y lo siguiente que sentí fue su polla mojada ensanchando mi ojete y abriéndose paso en mi interior. Fue como un ariete. La notaba dura y gorda penetrándome sin piedad. La metió del todo, hasta el fondo, hasta que noté su vientre apretado contra mí para meterla todo lo posible.


—Joooooderrr —medio susurró, medio gimió —. Qué apretado esta... Es buenísimo...


Empezó a bombear despacio, dentro y fuera. Y poco a poco empezó a darle fuerza, especialmente al final de la metida, para clavarla del todo. Sus manos apretaban mis caderas inmovilizándome; o se las llevaba a la cabeza, echándola atrás; o me agarraba el pelo y me tiraba hacia atrás.


—Ahora voy a darte pero bien —me anunció, y empezó a follarme fuerte, con embestidas secas que clavaban el rabo hasta el fondo. La sacaba hasta el límite y la volvía a meter. A veces se salía y mi culo se cerraba, solo para abrirse de golpe cuando volvía a empujar para meterla. Sus pelotas se bamboleaban, las veía agitarse con la follada cada vez que miraba por debajo de mí entre mis piernas.


—Aaaaah, sí zorra, toma polla, toma polla —me decía cachondo—. ¡Qué cerrado está! ¡Cómo aprieta! ¿Sientes mi polla? Te la voy a dar toda...


Me costaba un triunfo mantener el equilibro sobre los puñeteros tacones cada vez que empujaba su miembro dentro de mí. Era una follada monumental, justo lo que yo esperaba de un heterazo.




—Toma zorra, toma polla, ¿te gusta eh? —me decía, y yo entre jadeos y con la respiración entrecortada le respondía:


—Sí, dámela toda, métela hasta los cojones, quiero tu polla. ¡Dame leche, aaaaah!


—¿Quieres leche? ¿Leche caliente empapando tu culo?


—Sííííí, dámela, ¡dame tu leche!


—Voy a reventarte este culo estrecho que tienes a pollazos, y luego voy a darte mi leche. ¡Toma puta, toma polla!


Y me folló y me folló, una eternidad o dos. No me atrevía a tocarme el rabo, por estropear la fantasía, pero no hacía falta, estaba tan cachondo y me estaba gustando tanto su follada que estaba a tope. Y de repente empezó a follarme realmente fuerte y rápido, como una ametralladora, mientras gemía más fuerte, y supe que estaba a punto de correrse.


—Ooooooh, sí puta, que buen culo tienes, redondo, suave y estrecho. Jooooder, voy a correrme, ¡me coooorroooo!


Y me folló sin detener el ritmo. Noté la humedad caliente inundándome. En una de las embestidas su polla salió, y un chorro caliente salpicó mi espalda, lo noté a través del vestido, justo antes de que volviera a meter su rabazo dentro de mí para terminar de correrse. Y eso fue demasiado para mí: me corrí también, empapando el suelo a mis pies, entre los tacones, sin ni siquiera tocarme.


El skater empezó a moverse más despacio, con embestidas lentas y húmedas. Y por fin resopló y la sacó. Chorros de lefa resbalaron por mi muslo desde mi ojete.


—Aaaaa, mierda, qué bueno... —exclamó satisfecho, y con pasos erráticos llegó hasta la cama y se tumbó. Me coloqué a su lado, disfrutando de su cuerpazo y su polla morcillona y empapada de restos de lefa que hacían que me relamiera.


—Me alegro de que al final te haya gustado —le dije.


—Reconozco que tienes un culo fenomenal —dijo sonriendo.


—No suelo vestirme de chica, esto ha sido una fantasía especial de San Valentín, pero podría hacerlo de vez en cuando si quieres... —le propuse. Tardó dos segundos en meditar la respuesta.


—Mira, no me malinterpretes: ha sido una follada de la hostia, y la mamada ha sido también monumental. Me ha encantado follar un culo, la sensación, el morbo... Pero me gustan las chicas. Si alguna me deja follarle el culo, genial, y si no, pues le follo el chocho. Pero prefiero dejarlo aquí y no repetir.


—Ay —suspiré—, lástima de heteros, sois todos idiotas. Un desperdicio. Como quieras, será nuestro secreto de San Valentín. Pero si no vamos a volver a probarlo, podríamos repetir en un rato al menos. Si quieres ahora te cabalgo, ya que estás tumbado en mi cama...


Por su sonrisa de medio lado y el temblor de su polla supe que no le iba a importar volver a darme rabo antes de irse. Esto sí que es un buen San Valentín: un chulazo y mi culo bien relleno...

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