miércoles, 20 de septiembre de 2017

Mike en el vesturario del gym




Me llamo Mike, soy negro y tengo la polla más grande que he visto. He estado con algunos negros y con muchos blancos y nadie la tenía tan grande como yo.


Además me cuido, y tengo un buen cuerpo, muy musculado y currado de gym. Me encanta pasearme desnudo por el vestuario del gimnasio. Procuro ir cuando sé que suelen estar llenos de tíos. Voy a las duchas en bolas, y si estaban ocupadas me quedo de pie esperando, sin problema. Al salir camino tranquilamente hasta el banco, con la toalla al hombro y la polla bamboleándose; los tíos me miran y sé que todos sienten envidia, deseo o asombro, o una combinación de las tres cosas. Sé que incluso los más heteros se mueren al menos por tocármela, por saber cómo es tener un rabo así; y los más atrevidos se mueren por mucho más.


Una vez hice una prueba: salí empalmado de la ducha, como si tal cosa. Los demás tíos me miraron, como siempre, pero al instante todas las bocas se abrieron y un momento después el suelo se volvió algo de increíble interés para todos, lo miraban sumamente concentrados. De reojo seguían vigilando mis intentos por calzarme los calzoncillos, y cómo finalmente tuve que desistir y enfundarme directamente los pantalones, metiendo el rabo por una de las pateras, junto a mi pierna. Me divertí bastante con el acaloramiento general de los vestuarios ese día.


Sé que la peña me desea más que al buenorro de MegaGuy, el superhéroe de FuckingCity. Pero no siempre fue así: de adolescente me sentía mucho más incómodo. Iba a natación, y en cuanto acababa la clase me escapaba corriendo a los vestuarios a ducharme antes de que llegaran los demás. Cuando coincidía con algún chico y me miraba me daba vergüenza. Pensaba que era por mi cuerpo desgarbado, o por ser negro. Con el tiempo me di cuenta de que a la gente que me rodeaba, por fortuna, le sudaba los cojones el color de mi piel. Y cuando mi cuerpo empezó a ser más atractivo con la natación y el ejercicio tuve que replantearme mis complejos. Empecé a quedarme mirando a quienes me miraban, hasta que apartaban la vista. Poco a poco me fui dando cuenta de que ponían el énfasis de su mirada en una parte muy concreta de mi anatomía. Y fui comprendiendo que mi rabo era simplemente sensacional, y que no debía avergonzarme por mi físico. Al contrario.


La primera vez que un tío se ofreció en los vestuarios a pajearme se disiparon todas mis dudas, y desde entonces ese espacio se ha convertido en mi reino.


Últimamente hay veces en las que voy, sin embargo, cuando espero que estén vacíos. Lo hago porque coincido allí con uno de los monitores del gimnasio. Fuera de los vestuarios hablamos como si nada. Dentro le zampo el rabo como si no hubiera mañana.


Todo empezó cuando una vez coincidimos mientras me cambiaba y se fijó en mí, en mi habitual paseo de las duchas al banco. Es un tío aparentemente muy hetero, pero debe de darle morbo el estereotipo de negro muy dotado. Sé que nunca me la va a chupar a mí, que no quiere follarme y que jamás me dejará follármelo (si lo hiciera, ese tío tan macho chillaría como una nena con mi rabo en su culo, lo cual sería muy contradictorio). Nuestra relación se limita a que yo se la chupe.


Lo cierto es que se ha vuelto algo cotidiano: los jueves, que hay menos gente, voy antes al vestuario, se la mamo, me lefa y nos vamos. Pero sigue dándome morbo que un tío tan hetero siga deseando que se la chupe. Y nunca viene mal una dosis de proteínas después del gimnasio. Así que ese día fui dispuesto a zampar polla.


Como cada jueves acabé la rutina en el gimnasio y llegué a los vestuarios. Me quité la ropa empapada de sudor y caminé con mi cuerpo brillante de humedad hasta las duchas. Sentir el agua desentumeciendo mis músculos es todo un placer. Resbala junto con la espuma del jabón por mis pectorales, mi vientre y mi pubis; cae por mis bíceps y mis antebrazos; y se desliza a lo largo de mis piernas musculosas hasta mis pies. Me hace gracia el reguero que baja por mi rabo y gotea hasta el suelo.





Al acabar me sequé, me puse como siempre la toalla al hombro y fui hacia los bancos.


Allí estaba ya él esperando. Con su camiseta muy ajustada marcando un torso tan musculado como el mío. Los brazos, gruesos, al aire. Deportivas y pantalón corto, dejando ver sus piernas poderosas. Y su polla de chico blanco hetero marcando erección a través del pantalón.


En cuanto me vio se llevó una mano al paquete y empezó a sobarse, impaciente. No intercambiamos palabras, ya sabemos lo que quiere cada uno: él que su polla desaparezca en mi boca caliente; yo recibir su corrida.


Eso es todo, no me toca, no me deja hacer nada más. Y a veces me pregunto por qué sigo chupándosela cada jueves, y no paso ya de esto. Pero luego, al acabar, llega su corrida. Joder... si no he visto polla más grande que la mía, tampoco corrida mayor que la suya. Litros, torrentes de semen se escapan de su rabo. Es algo inconcebible, inimaginable, inabarcable. Y me excita mucho. Fantaseo con que me preñe, y me empalmo. Fantaseo con verle correrse mientras le clavo mi pollón, y me empalmo. Fantaseo simplemente con su lefa chorreando por mi cuerpo, como el agua de la ducha un momento antes, y me empalmo.


Así que llegué junto a él, sin mirarle el paquete, para simular indiferencia, clavando los ojos desafiante en su rostro de treintañero guapo y barbudo, como dándole a entender que cualquier día podría dejarle con la polla tiesa y pasar de chupársela. Pero no ese día: clavé las rodillas en el suelo, desnudo como estaba, con la toalla al hombro, aunque siempre acababa resbalando con las acometidas de mi mamada.


Y puse mi manaza negra sobre su paquete. Sobé y sobé, perfilando el rabo sobre la tela. Bajé el pantalón de chándal, y descubrí su bóxer ajustado reventando por su erección. Seguí sobando y miré hacia arriba para comprobar que me miraba, que no estaba imaginando que una chica se la iba a mamar, que lo que le ponía era que se la chupara yo, y acerqué mis labios gruesos, lamiendo la licra de su ropa interior.


Su polla palpitaba caliente y dura. Por fin bajé el bóxer y la liberé. Saltó rápida hacia delante, chocando con mi mejilla. No es un gran rabo: delgado, corto, sin descapullar y con una curva muy pronunciada. Pero tremendamente duro, como una puta piedra, no he visto rabo igual de duro.


Me lo zampé goloso, sintiendo sobre mi lengua su dureza y la suavidad de su piel. Exploré los recovecos, lamí como si fuera un helado, bombeé dentro y fuera con ansia.


Suelo zampármelo un rato, y luego él me agarraba la cabeza y me folla la boca. Ese día ocurrió así también. Sentí la presión de sus manos inmovilizándome, y luego sus caderas empezaron a moverse con fuerza, destrozando mi mandíbula. Sus cojones golpeaban mi mandíbula, mientras mi nariz se hundía en su pubis rasurado.


Entonces la sacó de mi boca, la mantuvo un segundo frente a mí y luego avanzó de golpe. Abrí la boca para recibirla. Acertó a pesar de su curva, y me llegó hasta el fondo. Volvió a sacarla del todo y a repetir la embestida. Lo hizo varias veces, y luego siguió follándome la boca rápido y fuerte.


Mis manos descansaban en sus piernas. Una vez intenté sobar su pecho y le incomodó, así que ni me planteo llegar a su culo. Mi polla para entonces estaba ya bien dura, erguida en todo su esplendor. Yo sé que él la mira cuando su polla, al salir de mi boca, deja un hueco entre nosotros, pero nunca ha querido ni tocarla.


Siguió follándome un rato la boca, reventando mis labios contra su cadera, hasta que por fin llegó el momento cumbre que tanto esperaba.


Noté unos espasmos que comenzaban en lo profundo de su vientre, y se contagiaron por su pubis y su rabo. Sentí en mi boca y mi lengua el caudal de semen atravesar su polla como un río desbordado, y acto seguido se derramó en mi boca sedienta. Nunca me avisa, es innecesario dada la tremenda cantidad de semen que suelta, siempre lo noto antes recorriendo su miembro. Chorros abundantes llenaron mi boca, mientras que la follada de su polla, que no había detenido el ritmo, hacía que se me salieran por las comisuras, empapando mi barbilla. No pude más y tuve que abrir la boca, la tenía llena de lefa. Se llevó la mano al rabo y terminó el orgasmo pajeándose, soltando más chorros sobre mi mejilla, que llegaban hasta mi hombro y descendían por él.

























Acabó escurriendo la polla con la mano, como si fuera una naranja, y un último chorro espeso e interminable cayó desde la punta a mis labios, ávidos de leche.


La sacudió un par de veces, soltando una ducha de gotas que se repartieron por todo mi cuerpo y el suelo, y luego se la guardó y salió del vestuario. Seguramente cuando yo saliera me explicaría la rutina que me había preparado para el día siguiente, como si no acabara de chuparle el rabo y ver su rostro contraído de placer, su boca gimiendo enmarcada por su barbita, sus ojos cerrados disfrutando del orgasmo que le había proporcionado otro hombre.


Y yo, antes de volver a la ducha a frotarme la cascada de semen que me cubría, sentía la necesidad de desahogarme también. Desnudo como iba, me senté en el banco, esperando que no entrara nadie, aunque tampoco me incomodaba demasiado: el vestuario era mío, era el más pollón allí.


Me agarré la polla enorme y me dispuse a pajearme fantaseando con este tío, un verdadero surtidor de esperma...



Continuará...


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