miércoles, 27 de septiembre de 2017

Mike en el vestuario del gym, segunda parte




Así que ahí estaba yo, tras recibir un buen bibe cargadito, sentado a solas en el banco del vestuario del gimnasio, con el pollón bien tieso y reclamando mi atención.


Acabé de tragar la lefa que todavía impregnaba de sabor a polla mi boca, y me relamí los labios carnosos. Con mis manos acaricié mi torso musculado, mis enormes pectorales y los huecos entre mis abdominales, repartiendo el semen que había caído allí, extendiéndolo por mi piel de ébano, que brilló con la caliente humedad.


Después me llevé la mano a la barbilla y al cuello, por donde todavía me chorreaba esperma. Recogí el líquido y lo empleé para lubricar la punta de mi rabo. Me froté el glande con la mano mojada de la leche recién ordeñada al instructor del gimnasio, y quedó brillante y resbaladizo cuando su semen se mezcló con mi propio líquido preseminal.


Tenía la polla durísima, y los huevos a punto de estallar. Chupársela a ese tío siempre me ponía realmente caliente, no sé la razón. Y solo podía pensar en hacerme un buen pajote, sabía que no podría pensar en nada más que descargar hasta que mi rabo expulsara unos buenos chorros de lefa. Así que empecé la tarea.





Cualquiera podría entrar en el vestuario, y eso le añadía morbo. Me preguntaba qué ocurriría si alguien me pillaba, si se escandalizaría o si le fliparía mi enorme polla y me echaría una mano...

Me acaricié desde la base del nabo, despacio hacia la punta, y luego vuelta hasta los cojones. Así varias veces, y luego me centré en mis huevos, los sopesé, los sobé y los froté con la mano abierta, yendo desde mi polla hacia mi ano.

Volví al rabo, cerré los ojos y me concentré en el sabor a polla, recordando los embistes del rabo que me acababa de zampar en mi garganta. Al momento, instintivamente, me empecé a masturbar más fuerte. Mi mano se movía rápidamente a lo largo de mi polla, apretando y estrujando para sacarle el máximo de placer.

En mi imaginación volvía a chuparle el rabo al monitor, ese rabo curvo tan cargadísimo siempre de leche. Volvía a tener sus piernas musculosas frente a mí, y su torso definido y currado sobre mi rostro. Volvía a escuchar sus jadeos por el gusto de mi mamada. Y entonces fui un poco más allá, y me pregunté cómo sería abrirle bien el ojal para meterle mi pollón. Desde luego tendría que dilatar bastante y tener buen aguante ese machito hetero.

Imaginé mi rabo abriéndose paso por ese culo duro y musculado, tan cerrado y virgen. Le imaginé con el rostro colorado del esfuerzo de tener mi enorme morcón dentro, pero disfrutando de un pedazo tan enorme de carne como nunca más podría disfrutar.

Esa imagen terminó de ponerme caliente a tope. Me agarré la polla también con la otra mano, y seguí masturbándome con las dos. Movimientos rápidos y bruscos sacudían mi miembro, mientras el placer y las sensaciones iban aumentando. Por fin noté cómo mi carga de semen iba por mi vientre, y mis músculos se preparaban para contraerse.

Volví a llevar una mano a mi cabeza, mientras con la otra terminaba la paja. El esperma recorrió los 26 ó 27 cm de mi rabo gordo, desbordándose y salpicando el banco, el suelo y mi pierna. Siempre me pone cachondo ver la lefa clara sobre mi piel negra.





Jadeé de gusto, soltando las últimas gotas. No era una corrida tan increíblemente abundante como las que soltaba el monitor (eso era imposible de igualar), pero hubiera satisfecho a cualquier sediento.

Quedé relajado en el banco, con los músculos de mi abdomen contrayéndose levemente, sobando despacio mi polla sensible, acariciándome el pecho y el pezón, y relajándome.

Unos minutos después me levanté para ir hacia las duchas de nuevo, con el semen caliente resbalando por mi pierna y provocándome una sensación muy excitante mientras dejaba un reguero de esperma por el suelo como rastro por mi camino. Mi polla morcillona se bamboleaba a mi paso perezoso, y un hilillo de lefa caía lentamente desde la punta, moviéndose al compás del bamboleo como un péndulo.

Llegué a las duchas justo cuando alguien entraba en el vestuario. Me pregunté por un momento si se fijaría en la lefa que manchaba el suelo y el banco, donde estaban mis cosas. Y sonriendo travieso abrí el grifo para que el agua refrescara mi piel caliente.

Continuará...
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