Como os decía antes, ya en el descansillo de su casa yo estaba realmente cachondo y con el rabo duro. Al menos todo lo duro que podía ponerse apretado en mis vaqueros. La bragueta iba a estallarme de un momento a otro.
El chaval abrió la puerta y me cedió el paso. Entré en un pasillo corto y me di la vuelta, a tiempo de pillarle:
—¿Me estabas mirando el culo?
—Pues claro. —Sonrió—. ¿O es que tú no lo habrías hecho?
No me dio tiempo de pensar la respuesta, mientras cerraba la puerta me dio la espalda, e inevitablemente mis ojos se fueron a su trasero. Opté por no decir nada.
Me miró sin perder la sonrisa y me indicó que siguiera avanzando. Entré al salón, espacioso y luminoso. Me cogió desprevenido por detrás, tomando la iniciativa y sin perder un momento. Su brazo izquierdo me rodeó el pecho. El derecho quedó en mi abdomen, bajando lentamente hacia mi paquete, como dándome la oportunidad de evitarlo si eso era lo que quería. Su cadera estaba pegada a mis nalgas. Y su aliento me calentaba el cuello.
—¿Quieres tomar algo? —Me preguntó, con la voz algo ronca. No respondí, estaba ocupado con la sensación de sus labios en mi cuello. Estaba afeitado, pero notaba lo rugoso del vello de su piel, diferente a la suavidad de los besos de una chica.
Su mano descendió por fin hasta mi paquete, con un sprint en el último momento, y ahí quedó, apretando el bulto palpitante de mi rabo cada vez más grande.
Eso me hizo apartar mi pensamiento de su tacto en mi cuello para dirigirlo hacia su rabo. Notaba contra mi culo un bulto probablemente igual de excitado que el mío. No pude evitar ponerme nervioso y apartarme un poco.
Me giré hacia él y le vi algo desconcertado, aunque al poco me sonrío divertido.
—¿Nervioso?
—Un poco —confesé.
—Podemos hacerlo como quieras —me dijo, y se mordió el labio inferior antes de proseguir—. Mira, te entiendo muy bien, no hace mucho que yo estuve en esa situación. Podemos hablar, volver a la calle y tomar algo, jugar un rato a la Play... O probar a besarnos y ver cómo te sientes...
Se quedó muy quieto, como si yo fuera un ciervo que fuera a huir ante cualquier movimiento. Me dejaba decidir. No sé, a lo mejor me asustó un poco no controlar la situación. A lo mejor era más fácil si tomaba yo la iniciativa. Así que decidí tomar el toro por los cuernos, que para eso estaba allí. Volví a pegarme a él y opté por su última sugerencia, un beso. Le agarré por la cintura, como hubiera hecho con una chica. Y le besé, un poco de sopetón.
Nuestros labios se acariciaron, y volví a sentir la extrañeza de su piel raspándome muy levemente.
Fue un beso lento, que poco a poco se hizo más apasionado, cuando me decidí e introduje la lengua en su boca. Le acaricié su lengua, sus dientes, el interior de sus labios. Me sentía más cómodo llevando el control. Mis manos fueron moviéndose, pasando de su cintura a su trasero. Nuestros paquetes se rozaban y mi polla presionaba la suya a través de los vaqueros.
Creo que deliberadamente me cedió la iniciativa para que me sintiera más como en una relación heterosexual, aunque poco a poco fue avanzando de nuevo, tocándome, besándome, llegando a un quid pro quo equilibrado entre ambos.
En algún momento, no sabría decir cuánto tiempo había pasado, se apartó un poco y se quitó la camiseta. Tragué saliva. Estaba realmente demoledor. Me gusta mi cuerpo, pero reconozco que el chaval estaba muy, muy rico. Y no se detuvo ahí; sin dejar de mirarme se bajó los pantalones y se los quitó quedando en calzoncillos y con todo el rabo bien marcado. Me relamí involuntariamente mientras él se la agarraba por encima de la ropa interior.
Su polla creaba un bulto en sus calzoncillos que permitía adivinar lo que escondían, y por la parte superior se escapaba su vello púbico, recortado pero bastante más largo de lo que lo llevaba yo.