
Estaba, algo confuso, tumbado bocarriba en mi cama, que se movía bastante. Incorporé la cabeza un poco para averiguar por qué, y pasando la vista por mi abdomen llegué hasta mi rabo, que desaparecía dentro de un coño muy rico. Eso hizo que me espabilara bastante. Abrí mucho los ojos y me aseguré de que, efectivamente, me estaba follando un coño estupendo, muy húmedo y calentito, y que se tragaba mi pollón desde la punta hasta las pelotas. ¿Pero qué cojones estaba pasando? No me acordaba de nada... ¿Habría salido de fiesta y me había ligado a la piba que me estaba empotrando? ¿Me habrían drogado y por eso no me acordaba de nada? No creo: levantando la vista comprobé que esa chica tan buenorra no necesitaría drogar a nadie, cualquiera querría follársela: bonitas piernas en torno a mis caderas, precioso vientre, tetazas enormes que se movían hipnóticamente con sus subidas y bajadas, cuello largo enmarcado por una melena de rizos dorados y muy, muy guapa. Al llegar a su rostro me sorprendí todavía más: la chica tenía ocupada la boca con una polla. Todavía me sentía confuso, y cerré los ojos fuerte. Los abrí de nuevo unos segundos después, pero nada había cambiado; seguía follándome a esa diosa del sexo. Miré mi rabo, adentrándose en su chochito, y luego de nuevo el rabo que se estaba zampando ella, como para comprobar que no era el mío. Y ya me espabilé del todo.
Seguí aquel rabo hasta su propietario: un chico con buen cuerpo, músculos que se contraían al darle polla a la chica y un rostro sexy y guapo coronado por rizos también rubios, aunque cortos.
¿Qué cojones era todo esto? ¿Cómo me había ligado a estos dos? ¿Serían una parejita liberal? No me acordaba de cómo habíamos acabado en mi propia cama...





