miércoles, 11 de octubre de 2017

Alex va a casa de Hugo, parte 1



Nos fuimos a su casa directamente después de bajar del bus. No había nadie y en un periquete nos plantamos allí. Estábamos solos, tal y como él dijo.

—Álex, ponte cómodo —me invitó—. Voy a preparar algo de comer.

Solté la mochila por ahí y le seguí hasta la cocina, sin poder evitar clavar la vista en su trasero, redondo y duro bajo los vaqueros, realmente prometedor.

Hugo estuvo trasteando por la cocina y al final pareció decidirse por cocer algo de pasta. La pasta nunca falla, pensé. Al poco me dijo algo acerca del calor, no sé ni el qué, porque empezó a sacarse la camiseta y toda mi atención se centró en eso. Mi mirada quedó atrapada en las curvas de sus abdominales, que yo ya había palpado más que de sobra mientras se la mamaba en el bus, pero era la primera vez que los veía con espacio y con calma. Estaba muy bueno el cabrón, con un torsazo impresionante y bonitos pectorales. No tenía vello (bien sabía yo que llevaba rasurado hasta el púbico), y su piel suave me hizo salivar. Cuando casualmente levanté la vista hacia su cara comprobé que me observaba burlón, y al instante me puse tremendamente colorado.

—No te has puesto cómodo —insistió—. Podías haberte quedado sentado en el salón mientras hago la pasta, que eres mi invitado. Si quieres también puedes quitarte la camiseta, hace mucho calor en esta cocina cuando cocinamos.

—Sí claro, y me puedo quitar también los pantalones —bromeé.

Hugo se encogió de hombros, en un gesto invitador.

—No pienso comerme la pasta en calzoncillos... —murmuré, algo azorado.

—Puedo cocinar otra cosa —repuso Hugo tan contento.

—No pienso comerme nada en calzoncillos —al instante me di cuenta del doble sentido que podía tener mi frase y me puse más colorado aún. Me ocurría tantas veces que mi cabeza podría explotar a causa de la presión sanguínea que comprendí que tarde o temprano moriría de eso. Hugo, evidentemente, esbozó una sonrisa que daba a entender a las claras que estaba seguro de que algo me iba a zampar en calzoncillos antes de que acabara la tarde. Sin embargo prefirió seguir con la broma:

—Puedes comer en pelotas si lo prefieres...

Creo que al final se apiadó de mí, porque no insistió más. Terminamos comiendo un rato después, yo vestido y él sin camiseta. Probablemente disfrutaba de lo lindo con lo incómodo que me sentía cada vez que me pillaba observándole el torso. Veía esa piel tersa y me imaginaba mis labios resbalando por ella. Veía sus pezones y casi los sentía entre mis dientes, acariciados por mi lengua. Veía su abdomen e infinitas posibilidades de recorrerlos a lametones se abrían ante mí. Llegaba hasta su ombligo y pensaba en el final del camino descendente que en él se iniciaba, y esa polla tan, tan gorda que deseaba más que nada volver a tener en mi boca.

Hablamos de cosas sin importancia: los estudios, mis prácticas de becario en una empresa, juegos de la ps4... Noté que se iba poniendo más nervioso según íbamos acabando de comer, y desaparecía esa seguridad que tenía antes.

Cuando terminamos y recogimos un poco me llevó a su cuarto, luminoso, bonito y pintado de blanco, con una mesa para el ordenador (blanca también), su silla y una silla más, esta vez negra, bajo la ventana.


No había posters ni nada en las paredes. De frente estaba la cama, y al otro lado unas estanterías. Cotilleé un por encima: algunos libros de literatura fantástica, la maqueta de un avión de combate y algunas pelis. Me fijé en sus discos.

—¿5 seconds of summer? —Me extrañó—. Vale que son rockerillos, pero en plan boyband ¿no?

Mi comentario le ruborizó un poco.

—Es que uno de los miembros me recuerda a Jack Harrer, y eso me da morbillo... —Trató de explicarse.

—¿Jack Harrer?

—Ya sabes, el actor de Belami...

Mi cara debió de ser reflejo de mi ignorancia, porque suspiró, sacó el móvil y lo buscó en Google. Al momento ante mis ojos se materializó un dios rubio de cuerpo perfecto y con un morcón que podría hacer sombra a una colonia de animalitos que anidara junto a sus pies. No estoy muy puesto, pero deduje que era actor porno y que tendría que buscarlo por mi cuenta en cuantito llegara a casa. Decidí pincharle un poco:

—Aaaah, ya veo. Así que esto de curiosear con chicos en realidad lo llevas pensando desde hace tiempo...

Se puso más colorado todavía, lo cual fue acicate suficiente para animarme a seguir metiéndome un poco con él, como había hecho él antes.

—¿Y es así como te gustan? No está mal el mozo. ¿Y con el nabo ese qué ibas a hacer? Si es más grande que el tuyo y el mío juntos...
Su rubor pasó a ser preocupante. Creo que si se le iba más sangre a la cabeza sería la suya la que estallaría, destrozaría las paredes, el techo y el suelo, me daría una tarea enorme para limpiarlo todo y me generaría una situación bastante incómoda a la hora de contar a sus padres lo que había pasado con su hijo descabezado. Y sería un desperdicio: el chaval era guapo.

—Bueno... Lo que he podido ver de la tuya en el bus no me ha parecido nada mal... Y la mía vale que no es tan larga, pero es gordita... No está tan mal... —me dijo con un hilillo de voz.

—No, no está nada mal. Me gustan gorditas. Y la tuya es más que gordita. Y si no pudiste ver bien mi polla antes, entonces habría que arreglarlo ¿no? —Contesté, poniéndome una mano provocadora en el paquete.

Vi cómo su nuez subía y bajaba al tragar saliva. Parecía que ahora iba haciéndome con la situación, así que seguí por esa línea. Me acerqué a la silla negra y cogí un cojín que tenía encima, con la palabra New York. Me volví hacia él y me enredé en la alfombra. Casi me caigo, pero mantuve el equilibrio agitando mucho los brazos. Adiós a hacerme con la situación. Él me miró sonriendo otra vez divertido. Decidí actuar como si nada y le hablé agitando el cojín:

—¿Te gusta la ciudad de los rascacielos? —Le pregunté. Contestó con un leve asentimiento—. Pues yo tengo un buen rascacielos aquí para ti solito.

Dejé el cojín en su sitio y me senté en la silla sin dejar de sobarme el paquete. La polla ya se me marcaba abultando los pantalones.

—Estás genial sin camiseta, pero me encantaría ver el resto...

Sin decir nada y con algo de torpeza se quitó los pantalones, y luego los calzoncillos. Estuve tentado de decirle que se los dejara y quitárselos yo, pero no me dio tiempo. Su rabo salió como un resorte en cuanto se vio libre. Ahora lo podía ver mejor, sin el apretujamiento del bus. Un buen rabo, de largo estándar, unos 15 cm, pero realmente gordo.

Se quedó de pie, desnudo frente a mí, dudando qué hacer, como si nunca hubiera echado un polvo, aunque imaginaba que con ese cuerpo se habría follado a todas las chicas que hubiera querido. Creo que babeé un poco.

—Muy bien, muy bien. Estás buenísimo... me pones un montón. ¿quieres comprobar cuánto? Acércate, podrías repetir lo del bus de hoy y chupármela un rato ¿te parece?

Casi esperaba que se negara, me hubiera bastado con que me dejara follarle la boca antes. Estaba convencido de que ahora me iba a tocar a mí sacar la lefa de su rabo. No pude quedarme más sorprendido cuando avanzó hacia mí despacio, se arrodilló y forcejeó con mis pantalones para sacarme la polla.

Mi empalme fue proporcional a mi asombro, y pensé que iba a reventar el pantalón si no me la sacaba enseguida.

Le miré a los ojos y él me devolvió la mirada. Volvía a haber seguridad. Estaba ahí, a punto de volver a comerme el rabo, pero porque le daba la gana. Era de nuevo el tío lleno de confianza de antes, y yo volví a sentirme el patoso de siempre y a perder el control. No me importó. Todo dejó de importar cuando sus labios húmedos rodearon mi rabo y su lengua acarició la punta. Solté un gemido como no había podido en el bus, por discreción, y me sentí en el paraíso. Y eso que solamente acabábamos de empezar.



Continuará...

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