Otra vez de pié y apretados,
volvimos a besarnos. Primero fuimos despacio, pero poco a poco la pasión fue
aumentando.
Nos sobábamos y nos restregábamos el uno contra el otro, mientras
nuestras pollas se frotaban entre sí como si lucharan.
Nos acariciábamos, nos masturbábamos, nos besábamos y nos comíamos los culos. Nuestras manos recorrían nuestro pecho, exploraban el pubis y se adentraban entre las nalgas sin descanso, mientras nos besábamos sin parar, devorando nuestras lenguas con furor y ansia.
Llegó un momento en que ya no pudimos más, teníamos las pollas tan duras que iban a reventar. Estábamos tan calientes que hubiéramos podido prender fuego a la habitación.
Estaba claro, era la hora de
follar de verdad y reventar un culo.
Si quieres que el camarero te
folle, pulsa aquí.
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