El camarero era un chaval
jovencito, el más guapo que había visto. Su primer empleo, supongo. ¡Qué gran
idea los trabajos de verano! Imberbe, de bonita piel y facciones
suaves. Unos ojos impresionantes y unos labios turgentes. Y todo eso sobre un
cuerpo fibrado. Llevaba una chaqueta de dejaba imaginar sus pectorales
definidos y sus abdominales, y seguro que tenía un culete suave y redondito, de esos que parecen melocotones.
El chaval dejó algo de beber, ni
me fijé. Joder, cómo estaba. Debió de darse cuenta de que estaba empalmado,
porque me pareció que me miraba el paquete de reojo. Ah, otra vez, sí, seguro
que me lo ha mirado.
Cuando acabó, se quedó esperando
por la propina. Ya verás, chaval, no te han dado una propina así en tu vida…
Me acerqué y le puse una mano en
el culo. Sí, redondito… ¿Qué? ¿Os parece un poco a saco? Bueno, pero es que
esto es un relato, no la vida real. ¿Qué clase de relato sería si el chaval no
me dejara ponerle la mano en el culo como si fuera lo más normal del mundo?
Así que le puse la mano en el
culo, y el chaval sonrió, pensando ya en la clase de propina que iba a tener.
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