No pude más. Me corrí. Me corrí como un campeón, soltando litros de lefa. Grité, gemí de placer, mientras notaba el semen atravesando mi rabo, todavía chupado por el camarero.
El primer
chorro, caliente, espeso y abundante, entró en su boca, y debió de bajarle por
la garganta, de la fuerza que llevaba. Él reaccionó gimiendo y sacando mi polla
de su boca, dejándola apoyada sobre su lengua, que seguía moviéndose debajo de
mi rabo, y masturbándome con la mano.
Los chorros de leche se
sucedieron. Estaba tan caliente que parecía que no iba a terminar nunca de
correrme. Le golpeaban en la boca, abierta sobre mi rabo, y en la cara. Uno de
los chorros, especialmente vigoroso, saltó sobre su mejilla y le pringó el
pelo.
Mi corrida le puso tan cachondo
que se agarró el nabo y se masturbó con fuerza. Enseguida se empezó a correr
también, mientras las últimas gotas de mi lefa caían sobre su lengua y mejilla, y él las
tragaba como si le fuera la vida en ello.
Volvió a chuparme el rabo,
limpiándomelo, mientras yo gemía de gusto, y él se corría sobre mis piernas,
arrodillado frente a mí.
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Por fin acabamos y nos quedamos a
gusto. Le di las gracias por el estupendo servicio de habitaciones que tenía
ese hotel, y le despedí pensando en que iba a pedir que la cena me la subieran
también a la habitación.
FIN
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