El camarero era un tiarrón que me
dejó sin aliento. Llevaba una chaqueta que marcaba sus pectorales musculosos, y
las mangas debían de estar a punto de estallar. Buen culo, piernazas y un
rostro atractivo, con barbita y unos ojazos de impresión. Traía unas bebidas, y
yo no dejaba de mirar sus manos, grandes, fuertes. Las imaginaba ya por mi
cuerpo mientras yo le sobaba a él.
Debió de darse cuenta de que
estaba empalmado, porque me pareció que me miraba el paquete de reojo. Ah, otra
vez, sí, seguro que me lo ha mirado.
Cuando acabó, se quedó esperando
por la propina. Ya verás, machote, no te han dado una propina así en tu vida…
Me acerqué y le puse una mano en
el culo. Sí, redondo y bien duro… ¿Qué? ¿Os parece un poco a saco? Bueno, pero es que
esto es un relato, no la vida real. ¿Qué clase de relato sería si el camarero no
me dejara ponerle la mano en el culo como si fuera lo más normal del mundo?
Así que le puse la mano en el
culo, y el tío sonrió, pensando ya en la clase de propina que iba a tener.
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